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Violenta CDMX

DF, la ciudad de crimen

En la Ciudad de México es más fácil ir a la cárcel por un delito que no cometiste que por uno que sí.
Fotos por José Luis Martínez Limón.

El crimen no son sólo cifras y Juan Hernández* es mejor ejemplo de lo absurdo que es enfrentarse al sistema judicial mexicano. En 1994, tenía 16 años y viajaba de noche en el Metro. Su cansado cuerpo fue vencido por el sueño pero sobre todo por la cerveza, hecho aprovechado por un cuarentón para acariciarle la pierna.

Juan, que nunca se dejó de nadie, cayó en cuenta y la hizo de pedo. El chaparro y delgado jovenzuelo le propinó una pequeña madriza al señor en el túnel que conecta las estaciones de Balderas y Niños Héroes.

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Tenía aliento alcohólico y los azules no dudaron en cambiar la historia en su contra.

En el Ministerio Público presentó su declaración sin sus padres, abogado, defensoría de oficio ni más compañía que un casete –que grabó para una chava que le movía sus púberes instintos– y un disco compacto del Tri –en vivo desde Santa Martha, ironías de la vida–. Ante él también había un reloj y un monedero.

"¿Son tuyos?", le preguntaron. Reconoció la música.

Entonces lo procesaron por robo. Únicamente eran de su propiedad dos de los cuatro objetos que entregó la autoridad competente. Después fue remitido al tutelar de menores.

¿Qué te robas?

El típico criminal es bien chambeador. En esta ciudad se denuncia un delito cada tres minutos. Si cae en manos de la autoridad y la libra, vuelve a ser presentado ante el Ministerio Público en al menos uno de cada dos casos. Jamás pagará su deuda con la sociedad y la reinserción social es tan cierta como la existencia de la vida después de la muerte.

En cambio, nunca verá, ni de lejos, la justicia.

Durante los dos primeros meses de este año, en la Ciudad de México se iniciaron 24 mil averiguaciones previas o carpetas de investigación, de acuerdo con la Procuraduría General de Justicia local. Y eso que sólo tomaremos en cuenta aquellos clasificados como "del fuero común".

De este total, 12 mil fueron por robos en sus diferentes modalidades: con o sin violencia, a transeúntes, ciclistas, cuentahabientes bancarios, transportistas, repartidores, casa habitacional, negocios, en el transporte público, de automóviles y hasta de fluidos —de este último delito, tres denuncias en los primeros 59 días de 2015.

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En promedio, 207 hurtos diarios, algo así como uno cada siete minutos.

Si piensas que son muchos, toma en cuenta se denuncia uno de cada diez crímenes que se cometen y que de cada cien que sí son denunciados, veinte son investigados, nueve llegan al juez y uno se castiga, de acuerdo con el Centro de Investigación para el Desarrollo (Cidac).

Justicia ciega… y pendeja

Juan ingresó al tutelar y le revisaron hasta el culo. Permaneció en la recepción, espacio separado de los internos regulares. Recuerda que la comida no era mala y había donde dormir, sin maltratos ni madrizas. Durante su segunda noche, antes de ser trasladado al patio donde las condiciones no son tan favorables, la autoridad reconoció que existían vicios en el proceso. Sin armas ni perfil criminal, y una supuesta víctima más grande y fuerte, que además usaba monedero en lugar de cartera.

La verdad es que sus padres se movieron para sacarlo. Su padre pidió una carta a un amigo del Estado Mayor —militares dedicados a la seguridad del presidente o de alto rango– y su madre logró el favor de una amiga que entonces era delegada política —responsable del gobierno de alguna de las demarcaciones en que se divide la Ciudad de México.

Salió libre bajo caución. Únicamente tuvo que ir dos meses a citas psicológicas y pedagógicas, pero el daño estaba hecho, ya odiaba al sistema.

Entonces Juan se empezó a pasar de lanza y qué mejor forma de hacerlo que consumiendo drogas. Así llegó a la mayoría de edad, justo en la época en que la cocaína se puso de moda en el DF, por lo que no tardó en evolucionar sus gustos hasta llegar a los "chocolates", Rohypnol y Ritalin.

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Como el dinero nunca es suficiente cuando se tiene un nuevo amor, pronto descubrió los beneficios del robo de autopartes, actividad criminal más peligrosa que el robo, pues casi siempre son detenidos en flagrancia y no hay posibilidad de careo, medida judicial que se presta muy bien para intimidar a las víctimas.

Nomás tantito

El impacto económico de la violencia en México asciende a 2.9 billones de pesos al año, revela el Índice de Paz México 2015.

La cifra es tan grande que uno se pierde, pero para darnos una idea te diré que equivale a unos 25 mil pesos por cada uno de los 112 millones de personas que viven en el país. Sí, un sueldo mensual más o menos respetable para un soltero o lo que juntaría durante todo un año quien percibe el salario mínimo vigente. Y luego dicen que el crimen no paga.

Este costo incluye las pérdidas directas que provoca la delincuencia pero también las indirectas, como el costo de la atención a las víctimas o las horas de trabajo perdidas.

En algunos estados se denuncia menos de 10% por asaltos violentos y menos de 5% por las violaciones.

"El indicador de eficiencia del sistema judicial continúa a la baja, ya que el número de homicidios en relación con el número de condenas por homicidio se duplicó de 1.45 en 2006 a 3.43 en 2013 y ahora se encuentra en un nivel sin precedentes. Además, la tasa de personas sentenciadas a encarcelamiento bajó de 210 por cada 100 mil habitantes en 2003, a 104 por cada 100 mil habitantes en 2014. La combinación de estos dos factores es una tendencia preocupante", revela el citado índice.

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Segunda caída

Una mañana, cuando Juan salía rumbo al Colegio de Bachilleres se encontró con un amigo que taloneaba transeúntes. Defendió a un hombre que amablemente había entregado dinero y hasta su reloj, pero fueron alcanzados calles más adelante por la policía. Otra vez, afirma que era inocente y fue llevado ante la ley.

Estuvo menos de 12 horas en los separos de la Benito Juárez, pero esta vez fue trasladado al Reclusorio Oriente. Todavía no había cumplido veinte años.

Sus padres contrataron un abogado con el que se entrevistó dos minutos. Al salir le informó a la familia que era culpable y un caso perdido. Cobró tres mil pesos de entonces y jamás lo volvieron a ver.

Juan fue conducido a la peluquería y pidió ser rapado, aunque le recomendaron no hacerlo. Le explicaron que es un código para reconocer a los violadores y que él llegó por robo. Cómo sabían eso, nadie sabe. Mientras lo peluqueaban le intercambiaron sus botas por unos zapatos muy jodidos.

Ingresó al Centro de Observación y Clasificación (COC), la antesala del patio en el que están todos los reclusos una vez que se "adaptaron" al encierro en chirona. Es como la recepción del tutelar.

Le leyeron la cartilla, tenía que limpiar —o hacer como que limpiaba— todo el día. Pasó su primera noche en una celda de dos por tres metros junto con otros 22 hombres. Los que pagan tienen cama de piedra, los demás, suelo o como "murciélagos" —duermen de pie amarrados a la reja—. A él le tocó de "piolín", sobre el escusado.

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Seguramente sabes cómo es el rancho —la comida—, así que nos limitaremos a explicar que si no tienes cualquier traste te lo sirven en las manos y que ese mismo "plato" es utilizado para mear y cagar. Juan cumplió su segundo día sin probar bocado, mientras limpiaba y esperaba, hasta que llegó su tercera noche en detención.

A la mañana siguiente sería trasladado al patio, a lo pesado, por que ahí tienes dos opciones, ser gata o putita. En el ínter, seguro unas madrizas.

A las 11 de la noche recibió su boleta de liberación, aunque tardó dos horas más en cruzar los filtros y pisar la calle.

Sus padres otra vez le hicieron el paro y repartieron dinero. Además, amigos de su "cómplice" le hicieron una visita a una mujer que los denunció, aunque no era la víctima. La dama prefirió mudarse y no se volvió a presentar en el juzgado.

Todo quedó en ir a firmar durante un año, tiempo en que se encontró con muchos de sus viejos amigos e hizo otros nuevos.

Entonces empezó a delinquir en serio y un par de años después aterrizó en el aeropuerto de Tijuana, Baja California.

Yo no fui, fue teté

Juan la libró antes, porque en esta ciudad quienes llegan ante el juez ya se chingaron. El Tribunal Superior de Justicia del DF presume 95% de sentencias condenatorias, aunque omite la cifra negra y no compara sus estadísticas contra las averiguaciones previas levantadas.

Dependiendo del juez, por homicidio te pueden condenar a entre 4 y 35 años. Por robo a casa habitación, entre uno y 12 años, y entre tres meses y 14 años por robo a negocio sin violencia, sin importar que, según Naciones Unidas, la tortura es empleada para obtener confesiones de forma generalizada y sin castigo.

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"Generalmente la finalidad es castigar o extraer confesiones o información. Hay evidencia de la participación activa de las fuerzas policiales y ministeriales de casi todas las jurisdicciones y de las fuerzas armadas, pero también de tolerancia, indiferencia o complicidad por parte de algunos médicos, defensores públicos, fiscales y jueces".

Por supuesto, el Gobierno se le fue encima al representante de la ONU, "no corresponde a la realidad", dicen.

Por si no fuera suficiente, los responsables de evitarlo o salvaguardar los derechos humanos más elementales son débiles y nada pueden hacer al respecto.

En su informe anual 2014, la Comisión de Derechos Humanos del DF reveló que quienes llevan la peor parte son jóvenes y mujeres.

En el caso de las féminas, conviven sentenciadas por un delito del fuero común con sentenciadas por delitos del fuero federal y con las que se encuentran aún en proceso. Todas juntas: extranjeras, adultas mayores, embarazadas, indígenas, discapacitadas, que viven con el virus de la inmunodeficiencia humana o con sus hijos. Sí, la CDHDF contabilizó 114 niñas y niños en los centros de reclusión, infantes que, además, son utilizados para chantajearlas, cooperas o lo "externamos".

La comisión levantó denuncias por violencia física, sexual y verbal, condiciones precarias, falta de acceso a servicios básicos —salud, alimentación y agua—, extorsión, amenazas, mutilaciones y hasta robos entre internas o por custodias.

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Según la recomendación 4/2010, una interna denunció que era hostigada sexualmente por custodios para que mantuviera relaciones sexuales con ellos a cambio de no agredir físicamente a su esposo también interno, además fue incitada a prostituirse por custodias en los túneles que conducen a los juzgados del Reclusorio Preventivo Varonil Oriente.

En la investigación de los hechos distintos testimonios evidenciaron prácticas reiteradas de fomento a la prostitución, por parte de custodios y custodias como negocio para ellos y ganancia para las mujeres privadas de la libertad, hechos suscitados en los túneles que conducen a los juzgados en los tres reclusorios preventivos varoniles norte, sur y oriente.

Todo queda en eso, recomendaciones y reportes anuales. Nada ha cambiado.

A cabrón, cabrón y medio

Yo conocí a Juan cuando éramos adolescentes y su leyenda en el "tribilín" se traducía en respeto. En ese entonces, pensábamos que sería patineto profesional, pues el mismo Tony Hawk lo felicitó y le regaló un autógrafo no solicitado, luego de que se robara la salida e impresionara a todos en un concurso que se organizó en el Deportivo Coyuya, allá por 1992.

Luego de su segunda detención, poco a poco nos fuimos alejando.

Lo reencontré hace unos meses y lo que más me sorprendió fue verlo de corbata. Nos lanzamos por unas cervezas a esos tugurios de la Glorieta de Insurgentes. Me contó de su aventura en el norte.

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Juan pensó que la chamba en Tijuana era de simple narcomenudista, pero dudó cuando lo recogieron en un auto de lujo importado y blindado. La cosa iba en serio.

Pronto ya movía dos kilos de mariguana traída desde Ensenada y convirtió a varios de sus clientes en distribuidores, hasta que los retenes militares hicieron desistir a su proveedor, quien le hizo una nueva propuesta: si iba él por la droga se la regalaba para que siguiera surtiendo en Tijuana y así evitar la eriza entre la clientela.

Aceptó y encontró una forma infalible, esconder los paquetes en los asientos traseros del autobús de pasajeros. No sentía ningún temor cuando los soldados subían a revisar.

Su talento fue reconocido y le ofrecieron hacerse cargo de una casa en San Diego, ciudad que colinda con Tijuana del lado estadunidense.

Estaba a punto de aceptar hasta que un pequeño incidente lo hizo reflexionar. Le dio vuelta a un zacatecano que se dejó robar, pero días después otro malandro —amigo del zacatecano pendejo— lo tenía arrodillado y encañonado.

Logró escapar y buscó un trabajo "decente". Un año después —y sumando el finiquito que le dieron al renunciar— juntó lo suficiente para volver a la Ciudad de México. Pisó de nuevo las calles del DF con 25 centavos de dólar en la bolsa y su vida en las manos.

Hoy afirma que aprendió la lección, que no existe la justicia y que sin dinero —y sus movidos padres— jamás la habría librado.

De creer en su historia, se enfrentó al sistema judicial dos veces sin deberla ni temerla. El resultado fue la creación de un criminal en forma cuyos crímenes quedaron impunes.

* El nombre ha sido cambiado para evitar que lo despidan de su actual empleo o lo deje su mujer al enterarse de su pasado.