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"Ahora podemos llorar en paz": a 36 años de la Guerra de las Malvinas

Familiares de Ex Combatientes de Malvinas nos cuentan cómo vivieron las últimas tres décadas sin saber cuál de todos los "Soldados Argentinos sólo conocidos por Dios" era el suyo, y de qué manera consiguieron saber la verdad.
Cementerio de Malvinas

Artículo publicado por VICE Argentina

Apenas le confirmaron que encontraron el cuerpo, lo primero que preguntó Norma Gómez fue si su hermano “estaba entero”. Le dijeron que sí. Después no se acuerda más nada. Fue en diciembre de 2017 y aún estaba llorando la muerte de su madre que desde que su hijo Eduardo se había ido a pelear en la guerra de las Islas Malvinas en febrero de 1982 cuando tenía 18 años, aún soñaba con volver a verlo. Eduardo Gómez es uno de los 90 cuerpos que hasta hace muy poco dejaron de ser NN y fueron identificados en el cementerio de Darwin, gracias a un largo trabajo forense.

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Norma y Guillermo Gómez, dos de los hermanos de Eduardo, fueron esta última semana junto a otros 200 familiares a las Islas Malvinas a poner por primera vez, después de 35 años de aquella guerra impulsada por la última dictadura cívico militar, unas flores en la tumba de su hermano. Por primera vez, pudieron llorarlo sabiendo dónde yacían sus restos.

Todavía están emocionados, es una mezcla de sensaciones que les resulta difícil de explicar. Nunca se imaginaron que después de tantos años de lucha, de persistencia, de vericuetos legales y sobre todo, de mucho dolor y soledad, los huesos de su hermano Eduardo los volverían a encontrar tantos años después. Y es que los huesos hablan, los huesos dicen.

Los Gómez son una familia humilde de la zona rural del Chaco, una provincia a más de 900 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires que se caracteriza, entre otras cosas, por altas temperaturas. Es normal que el termómetro marque 40 grados de calor. Nueve hermanos criados por una madre, en una casa de adobe con las necesidades básicas no tan satisfechas, pero que con esfuerzo y trabajo lograban subsistir. Eduardo era el hermano número siete, le seguía Norma y el pequeño Guillermo de ocho años. Había terminado la escuela primaria y para ayudar en la casa, empezaba a hacer “changas”, trabajos informales en el campo. Su pasión era el fútbol, era fanático de River y tenía un caballo blanco al que llamaba Tordillo. Cuando tuvo 18 años fue convocado al servicio militar. Él estaba contento cuando lo convocaron. Para muchos jóvenes provincianos, ir al servicio militar significaba salir de sus casas, viajar a otras provincias y aprender nuevos oficios. Pero nunca se imaginó que sería víctima de una de las últimas embestidas de la dictadura, cuando el 2 de abril de 1982 el entonces presidente de facto, el General Leopoldo Galtieri, decidió ingresar en un conflicto bélico con el Reino Unido sin ningún respaldo ni estrategia, más que el de una dictadura que había comenzado en 1976 y ya estaba en su última etapa.

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Eduardo, como otros cientos de pibes que recién habían terminado el secundario, llegaron a la zona más austral del mapa para ser las últimas víctimas de la etapa más sangrienta de la Argentina.

Desde la provincia de Río Gallegos, cerca de Malvinas, Eduardo escribió la última carta a su familia. Estaba dirigida a su tío, y le pedía que por favor cuidara a su mamá, a su abuela y al menor de la familia, su hermanito Guillermo, que entonces tenía ocho años. Y que cuando él regresara de Malvinas le devolvería el dinero. Esa fue la última vez que supieron de él.

Apenas terminó la guerra, en junio de ese mismo año, Norma, su mamá y su abuela empezaron una gesta por encontrar a su hermano, pero las mentiras y la incertidumbre se volvieron moneda corriente.

En Buenos Aires, una prima de la familia junto a otro de los hermanos, recorrían hospitales vestidos de enfermeros para ver si encontraban a Eduardo porque nadie les decía si estaba vivo o muerto.

En 1991 Norma viajó por primera vez a las Islas Malvinas en un viaje humanitario para ver si encontraba la tumba de su hermano, pero tampoco la encontró. Sólo placas con la inscripción “Soldado Argentino sólo conocido por Dios”. ¿Cuál de todos esos soldados era su hermano? ¿acaso había restos bajo esas placas o también era mentira y no había nada? ¿y si su hermano estaba escondido en las Islas con temor? ¿O si había quedado prisionero de los británicos? ¿Y si estaba en una institución psiquiátrica? Todas esas preguntas rondaron por la cabeza de los Gómez durante 30 años. Hasta que en 2011, junto a otros familiares, Norma empezó una tarea titánica impulsada por el Centro de Ex Combatientes de Islas Malvinas (CECIM), uno de los tantos grupos de sobrevivientes y familiares, para poder identificar los restos que yacían bajo esas tumbas. Fue casa por casa tocando puertas, contándoles a otros familiares de su provincia que existía la posibilidad de identificar a los restos de sus hijos, sus hermanos, sus familiares.

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Así, un nutrido grupo respaldado por el CECIM impulsó una causa judicial por el derecho a la verdad y un año después, el juez de la causa reconoció ese derecho y le exigió al Estado Argentino que realice todo lo que estuviera a su alcance para identificar los cuerpos. La entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner pidió colaboración con la Cruz Roja para abrir una negociación con Gran Bretaña y empezar la tarea. Como con Abuelas de Plaza de Mayo y la recuperación de sus nietos, se llevó a cabo un protocolo parecido. En 2013 se creó el Banco de Sangre de Familiares de Combatientes argentinos y Norma, junto a más de 80 familias, dejaron su muestra de sangre.

Cementerio de Malvinas

Y otra vez el ADN volvió a convertirse en la piedra filosofal de la memoria, la verdad y la justicia. Cuatro años después, Norma y su hermano Guillermito, ahora con 44 años, pudieron colocar flores blancas y azules en la tumba de su hermano: “No se dieron cuenta, pero formamos la bandera de Argentina con las flores, porque yo había llevado unas azules y allá me dieron unas blancas”, dice con orgullo, allí en esas tierras que siguen siendo ocupadas por Inglaterra. Pero Norma no dio por cerrada su tarea. Dice que aún faltan cuerpos por identificar y que ella seguirá ayudando a cada una de las familias para que puedan llorar en paz. Porque todavía se acuerda de su abuela, cuando religiosamente, en cada Navidad desde 1982, seguía poniendo un plato de comida. Porque ella decía que Eduardo iba a volver.