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Cultură

Balas de goma en las calles de Madrid

Y quienes luchan contra ellas.

Molly Crabapple regresa con sus dibujos y observaciones sobre las protestas en Madrid.

Cuando estás en una protesta, cualquiera que esta sea, sientes que van a cambiar el mundo.

Estaba sentada en un barandal, dibujando la marcha de 400 mil personas en apoyo a la huelga general en Madrid. Veía una infinidad de rostros. Sobre estos, un arcoíris de izquierda. Banderas negras y rojas de la CGT (Confederación General del Trabajo), globos rojos de la UGT (la Unión General de Trabajadores), banderas de color amarillo, rojo y morado de la Segunda República. La gente cargaba banderas hechas en casa para protestar contra la ley de austeridad que la UE pretende imponer sobre España.

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Cuatrocientas mil bocas cantando: "¡Arriba! ¡Arriba! ¡Todos a luchar!". Máscaras de V marchaban junto a estudiantes, niños y obreros con el rostro endurecido. Los cantos, los letreros, los cuerpos, todos conspirando hacia una emocionante y engañosa conclusión. Tienen que ganar.

Por supuesto, las manifestaciones no cambian al mundo. Por sí solas, son un carnaval. Una fiesta de disfraces, música, fuego; acuerdos hechos y reyes mofados. Ese gris de todos los días brevemente anulado. Un éxtasis rebelde que ultimadamente sirve para mantener a la jerarquía en su lugar. Aquellos en el poder, si tienen un ápice de conciencia, dan cabida a este carnaval como válvula de escape. El carnaval en sí no es poder.

Aprendí esto durante Occupy Wall Street. Sentíamos que se construía un nuevo mundo en una plaza de concreto hasta que la policía de Nueva York partió cabezas y arrojó nueva ciudad miniatura en camiones de basura.

15M, el movimiento español contra la austeridad que comenzó en mayo de 2011, fue en cierto modo el padre de Occupy. Ocho millones de personas (uno de cada seis, español) salieron a las plazas de la ciudad. Stephane Gruaso, un cineasta documental que se hiciera famoso durante el 15M, dice: “Fue algo que no reconocí. No era un partido político ni un sindicato, sino gente distinta hablando. Me pegué a ello como papel mojado. Queríamos lo mismo que la gente en la plaza Tahrir y Occupy Wall Street. Un mundo mejor, una vida decente".

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El 15M fue parte de una ola de protestas que dominaron el 2011. Puerta del Sol, igual que la Rotonda de la Perla en Bahrein o el parque Zuccotti, se convirtió en una de esas ciudades de tiendas de campaña inmediatamente reconocibles, plagadas de señalizaciones, bibliotecas gratuitas y centros de medios tapizados de cables. Los medios españoles tacharon al 15M de perroflautas. Igual que OWS, 15M no exigió nada, se regodeó en sus asambleas masivas, permaneció un movimiento de resistencia no violenta y, eventualmente, perdió momento ante la fuerza policiaca y su propia burocracia.

15M todavía sobrevive a través de asambleas vecinales, que hacen todo desde comprar comida a través de cooperativas, hasta oponerse a las hipotecas y pagar las cuentas legales de los manifestantes.

Mientras tanto, España ha seguido los pasos de Grecia al saco de la escoria y los rescates financieros. Una ley particularmente fea obliga a la gente a liquidar sus hipotecas, incluso después de ser desalojados de sus casas. Hace dos semanas, una mujer se suicidó, arrojándose por una ventana, mientras unos agentes intentaban quitarle su casa. Cincuenta y tres por ciento de los jóvenes están desempleados. Aquellos que pueden salir del país, lo hacen. La gente está molesta con los dos partidos políticos, PPE y PSOE. Un miembro socialista del parlamento a quien conocí, estaba exasperado porque el 15M no usaba sus números para darle la victoria a su partido. Salam Abu Orabi, un estudiante de enfermería de 21 años, se ríe: “Lo que pasó en España fue igual que en Estados Unidos. Republicanos, demócratas. PPE, PSOE. Son lo mismo. Yo no voté. No creo en ningún partido”.

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Los países endeudados en el sur de Europa, Portugal, Italia, España y Grecia (en inglés conocidos por el acrónimo PIGS, o cerdos), llamaron a una huelga general para el 14 de noviembre. Era una huelga contra la ley de austeridad, que seguiría a cientos de protestas con la misma causa en todo Europa. Los principales sindicatos españoles, UGT y CCOO (la política española ha sido una sopa de letras desde que Orwell escribió Homenaje a Cataluña) nunca tuvieron gran presencia en el 15M. Sin embargo, son parte de la historia española. Prohibidos durante las décadas del fascismo español, resurgieron junto con la democracia en 1975. Ligados al partido socialista, también han sido víctimas de sus recortes. Es la clásica desconexión entre los trabajadores con un salario digno dentro del cada vez más pequeño sector industrial, y aquellos con una vida precaria en el sector de servicios. Pero los sindicatos pueden hacer que la infraestructura se detenga.

Stephane dice: "Los sindicatos tenían un problema porque cuando empezamos 15M, no los necesitábamos. No tengo nada contra los sindicatos, pero los sindicatos son organizaciones políticas y tienen que hacer compromisos. Llamaron a una huelga general, y ahora están luchando. Pero nosotros llevamos dos años, todos los días, luchando en las calles”.

La huelga general arrancó a la media noche. Miles de jóvenes enmascarados de 16 años pegaron estampas de vinil del sindicato, pintaron símbolos de anarquía y rompieron los cajeros automáticos en todos los negocios abiertos. En los bancos pintaron “Asesinos” una y otra vez. La policía antimotines los seguía con precaución, pero estaban mucho menos militarizados que la policía de Nueva York con la que crecí. Cuando los manifestantes veían un negocio abierto, cantaban: “¡Huelga! ¡Huelga! ¡Huelga general!” y bajaban las rejas metálicas de las tiendas, atrapando a los clientes y empleados adentro.

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La noche olía a cohetes y aerosol. La policía antimotines protegía TGI Fridays. Un guardia de seguridad con un pañuelo en la cara vio a un niño pintando su edificio. El guardia lo empujó, con fuerza, sobre la banqueta, después corrió bajo una lluvia de cámaras celulares.

Las marchas duraron todo el día. Cientos de miles en las calles. Era un espectro de izquierda. Miembros del CCOO de 50 años con niños ondeando banderas anarquistas, hippies con taparrabos, todos levantando sus brazos al mismo tiempo como si estuvieron presenciando el asalto de un banco, cosa que sucedía pero a nivel nacional.

Las tiendas temblaban ante el paso de los manifestantes. Una hora más tarde, sus puertas abiertas y los dueños preocupados, despegando estampas de sus ventanas.

La marcha de la tarde llegó hasta el congreso, el cual había sido rodeado con barrera de concreto de tres metros para la ocasión. El humo rojizo se elevaba desde la fuente Neptuno. Nos quedamos ahí parados, tras una caminata llena de gloria, preguntándonos que pasaría con España y con nosotros.

Cuando nos fuimos, había fuego en las calles de Madrid. La gente arrojaba cohetes, la policía corría con sus bastones y disparaba balas de goma. La brutalidad policiaca es tan endémica en España, dice el periodista Dan Hancox, que las camionetas de policía son conocidas como Lecheras. Partirle la cara a alguien de un bastonazo se conoce como “dar leche”.

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Se supone que vería a Dan para tomarnos un whisky. Escuché un par de estallidos en la Puerta del Sol, igual que los cohetes de los manifestantes, y Dan apareció sin aliento. Había estado esquivando balas de goma. Al estilo de la policía de Keystone, los oficiales perseguían a los jóvenes bocones, disparando mientras corrían.

Al día siguiente el gobierno declaró una moratoria a la hipoteca de casas. Estaba llena de hoyos. A muchos activistas les pareció muy poco, muy tarde.

¿Esos manifestantes de media noche? Terminaron en el hospital Princesa, en un vecindario rico en el noroeste de Madrid. Princesa es uno de los principales hospitales de investigación en Madrid. Debido a la crisis, estuvo a punto de convertirse en un centro geriátrico. España tiene el séptimo mejor sistema de salud en el mundo, cosa que se presume con orgullo. La transformación del Princesa era una señal más de que, bajo las medidas de austeridad, su fama caería.

El 31 de octubre, los doctores y enfermeras del Princesa organizaron una ocupación. Colgaron pancartas en las paredes que decían: “Este es tu hospital. Lucha por él”. Cubrieron las escaleras principales con votivas. Las ancianas llenaban peticiones por millares.

Rosario García de Vecunia, la directora de reumatología del hospital, se rio cuando le pregunté sobre el futuro de España. “España está en fuego”, me dijo, y me contó de los “políticos que están lejos de la gente”, el desempleo y los desalojos. “Esta es mi primera vez políticamente activa. Cuando era estudiante en el País Vasco, ocupamos la universidad. Pero eso fue hace 30 años”.

Los que la Dra. García de Vecunia dijo, resonaba con lo que había escuchado en todo España. Para muchos, era su primer acto político más allá de tachar una boleta. Pero su país no iba por buen camino. Tenían que luchar. Le pregunté a Salam qué habían logrado las protestas. “Es difícil. Ves a la gente bien vestida, tomando y sonriendo. Es difícil ver la crisis y es difícil ver los resultados de las protestas. Al menos le hemos enseñado al gobierno, la UE y el resto del mundo, que nos oponemos. Lo más importante es que estamos unidos”.

Todas las ilustraciones por Molly Crabapple. 

@mollycrabapple