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Furia travesti

La próxima marcha del orgullo LGBTI no tiene agenda política

OPINIÓN | Tenemos que dejar de tirar para todos lados y tener metas claras.

Se aproximan las marchas por el orgullo LGBT y yo me pregunto por qué razón las personas deberían marchar este año. Se me ocurren varias ideas con respecto a los derechos de las personas trans: la corta expectativa de vida (35 años), la injusticia económica y la distribución desigual de oportunidades educativas y laborales, las condiciones tan precarias en las que las mujeres trans desarrollan el trabajo sexual, los ataques violentos de nuestras parejas, las reacciones violentas de los one night stands cuando se dan cuenta de que somos trans, la falta de información y calidad con respecto a los servicios médicos relacionados con las transformaciones corporales, la no atención por complicaciones derivadas de transformaciones corporales artesanales, las muertas por negligencia estatal y violencia transfóbica, la criminalización de las personas trans y la violencia policial, el impacto desproporcionado que la política de drogas tiene en el encarcelamiento de las personas trans, la violencia sexual, entre otras razones…

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A pesar de que estas razones existen y son evidentes, siento que, como movimiento, ninguno de los problemas los estamos abordando de forma cohesionada ni estratégica. Hace falta una agenda política: un abordaje de los problemas donde tengamos claros nuestros objetivos políticos y las acciones que vamos a llevar a cabo para lograrlos. Hace falta un poco de autocrítica para mejorar nuestros métodos y resultados.

En Latinoamérica y en Colombia existen discursos que impulsan constantemente la necesidad de una Ley de Identidad de Género. Pero en el contexto político colombiano, y en el de otros países con congresos conservadores, es improbable que una ley para personas trans sea aprobada. Muchas veces, la promoción de una Ley de Identidad de Género no viene con especificaciones sobre lo que dicha ley incluiría, sino que sólo se habla de "una ley", como si todas fueran iguales en todos los países y como si no existieran leyes de identidad de género malas. Pero no sólo es preocupante que se promueva una ley sin explicar su contenido, sino que no se tenga un plan claro para llevarla a cabo. Es un discurso que suena bonito, pero sin mucha carne… Ni patas. Ni cabeza. Es un impulso que cree que el derecho va a salvarnos, que la ley tiene poderes sobrenaturales y que de alguna manera mágica —que no tenemos tan clara— este va a venir a liberarnos.

Además de las campañas internacionales por una ley de identidad de género que no tiene en cuenta los diferentes contextos políticos y legales de cada país, en Colombia encontramos un movimiento con más organizaciones y activistas trans que llevan a cabo distintas acciones pero cuyo objetivo no parece tan cohesionado.

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Tenemos muchas ansias de que las cosas cambien y hacemos muchas cosas en diferentes direcciones, pero es necesario que empecemos a unir fuerzas y que empezamos a empujar para el mismo lado o, al menos, en direcciones parecidas. No tenemos ni tan delimitados ni tan claros nuestros objetivos. En ocasiones, parecemos un movimiento meramente reactivo. Estamos constantemente reaccionando a los ataques (por ejemplo, la reciente llegada del bus del odio a Colombia), y si bien eso es importante para desnaturalizar la transfobia tan rampante que existe en la cotidianidad, puede distraernos de los cambios estructurales que necesitamos para que mejoren nuestras vidas. Como dice una caricatura de Mafalda: "Como siempre: lo urgente no deja tiempo para lo importante".

Las actitudes reactivas implican respuestas predecibles y fáciles de manipular por parte de nuestros enemigos, porque finalmente ellos son los que terminan controlando el tiempo de nuestras acciones. Si ellos saben que no tenemos una agenda por nuestros derechos y, además, están conscientes de que nuestras acciones son visibles y organizadas solo cuando les vamos a responder, pues tienen el sartén por el mango. Como lo describe Daniel Hunter: "Después de cada grito de «¡Nunca más!», el sistema se ha mantenido relativamente indemne, pues quienes están arriba simplemente esperan que pase la tormenta… No obstante, a menos que redirijamos nuestra energía para que pase de reactiva a proactiva, nos estancaremos en posturas defensivas". Hunter Agrega que hasta que esto no cambie, los plazos los van a poner los opresores: "tenemos que crear nuestros propios plazos para poder seguir ejerciendo presión y empoderando a nuestra comunidad. Para conseguirlo, tenemos que aprender el arte de hacer campañas efectivas".

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Hemos aprendido a decir que "no" como movimiento. Somos más organizados para decirle "no más" a momentos de exclusión, y eso es fundamental para liberarse, para cortar cadenas. Pero después de desprendernos de ellas no podemos quedarnos ahí quieticos y desamparados en el medio de la nada. Hay que actuar para construir el mundo que queremos. Hay que saber para dónde vamos y emprender ese viaje de forma coordinada para no perder tanta energía y tiempo, para ser más efectivas. No podemos seguir montándonos en los caballos antes de ensillarlos y sin tener claro para dónde vamos.

Daniel Hunter explica la diferencia entre las acciones interminables e inefectivas y las campañas efectivas que logran objetivos.

Las primeras se materializan en acciones en diferentes direcciones que esperan, desde las mejores intenciones, algún tipo de buen resultado en algún momento del futuro —sin tener claro un objetivo concreto ni un camino para llegar a él—.

Las segundas, por el contrario, "canalizan el poder del grupo centrándose en una meta concreta". Las interminables son acciones que no tienen una relación planeada entre sí, lo cual reduce su capacidad de escalar. Además, cuando las acciones no están relacionadas es menos probable que se sumen nuevas voces y aliados. Las campañas también tienen como objetivo que las habilidades y estrategias de los grupos mejoren, que haya un aumento en las capacidades políticas y estratégicas de los movimientos.

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Las campañas efectivas identifican metas y acciones progresivas para llegar a aquellas. Identifican blancos o "targets" que son las personas o entidades que tienen el poder de tomar la decisión que se requiere (un edil, un rector de un colegio, el dueño de un bar, la Corte Constitucional, el Congreso) con el fin de concentrar y economizar los limitados recursos de los movimientos. Utilizan diferentes estrategias para que gente todo tipo pueda participar y sumarse a la campaña; son planes que presionan en el tiempo para ganar concesiones, valorando las acciones colectivas y reduciendo las acciones individuales para evitar "que el blanco solo tenga que esperar hasta que pase la tormenta y seguir como si nada ocurriera".

Obvio quiero ir a la marcha porque me gusta el foforro y la fiesta que se arma. Pero sé de antemano que lo que sea que gritemos y escribamos en las pancartas no se va a cumplir con el simple gesto de hacerlo. Tenemos que sentarnos a hablar, a pensar y a priorizar agendas. Tampoco podemos pretender que vamos a tomarnos un castillo sin antes pensar en cómo vamos a deshacernos de los peones: tenemos que plantear objetivos pequeños y realizables a corto, mediano y largo plazo.

Después de saber dónde es el norte hay que planear cuál es la forma más lógica y efectiva para llegar a ese resultado que queremos. Debemos pensar en diferentes estrategias y analizar los costos y beneficios de cada acción, identificar nuestros blancos y audiencias, nuestros opositores y el tiempo, dinero y trabajo que implica cada decisión política que tomamos. Las buenas intenciones, en sí mismas, no garantizan cambios estructurales. Las estrategias, el trabajo, la disciplina y la constancia tienen más probabilidades de cumplir nuestros sueños. Tenemos que organizarnos de forma realista para lograr lo imposible.

*Esta es una columna de opinión. Por tanto, no compromete la visión de VICE Media Inc.