El revendedor que fue secuestrado por deberle dinero a la porra de las Chivas

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Violenta CDMX

El revendedor que fue secuestrado por deberle dinero a la porra de las Chivas

"Fuimos a buscar a este güey porque la banda pensaba que nosotros ya nos habíamos gastado ese dinero. Hasta puse su foto en mi perfil de Facebook por si alguien lo reconocía", cuenta Dos.

Un coordinador de la barra del Club Deportivo de Guadalajara que ayudó a cobrar la deuda por un fraude que les hicieron en los boletos para un partido; camina dentro de su cuarto. Fotos por Ernesto Álvarez.

La oportunidad hace al ladrón, pero no solamente a él. A los cinco que participan en esta historia, las opciones también se les fueron abriendo, sin haber planeado demasiado, como para probar que el azar funciona si uno se abandona a los acontecimientos. En este relato se los mencionará con un número, tal como fue contada la historia por ellos mismos.

Al revendedor lo habían contactado por medio de un tercero, pero no lo conocían directamente. Dos lo llamó interesado en las entradas que el revendedor conseguía para uno de los partidos que las Chivas de Guadalajara jugaría de visitante. Que cuántas quería, le preguntó aquel. "¿Cuántas consigues?", retrucó éste. "Hasta 700 boletos", respondió el revendedor.

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"Le aventamos todo el dinero. Eran 120 y tantos mil pesos. No teníamos contacto con él, sólo por teléfono y Facebook, pero hicimos el compromiso. Ese dinero se juntó de lo que la banda depositó por su boleto, pero a la mera hora sólo nos entregó la mitad de lo que se había hablado, aunque nosotros le habíamos entregado todo el dinero", relata Dos.

El revendedor desapareció. Dejó de contestar a las llamadas y mensajes.

La entrada al cuarto de uno de los integrantes de la barra del Club Deportivo Guadalajara, que relató cómo lograron cobrar la deuda por un fraude que les hicieron en la venta de boletos para un partido.

"Fuimos a buscar a este güey porque la banda pensaba que nosotros ya nos habíamos gastado ese dinero. Hasta puse su foto en mi perfil de Facebook por si alguien lo reconocía", cuenta Dos.

Alguien lo reconoció finalmente, pero pasó un año y cuatro meses hasta que volvieron a encontrarlo. Para entonces sabían que el revendedor tenía antecedentes de haber hecho otro fraude parecido con los boletos del partido México - Honduras.

Dos es joven y ordenado. Sentado sobre su cama, hila el relato. A sus 21 años es responsable de una de las cuatro porras de las Chivas en la Ciudad de México, en las que se reúnen los fieles al equipo de Guadalajara: la Legión, la Irreverente, la Reja y la Insurgencia. Hay porras en otras zonas de la ciudad y también en el Estado de México. Las organizaciones de fanáticos de las Chivas en la capital ya existían en 1950.

Dos se mueve para conseguir los boletos para la gente, logra que las banderas entren al estadio en el que juegan, consigue las bombas de humo para detonar en el comienzo del partido y recibir al equipo. También maneja un fondo colectivo "que sólo ocupa la porra" en caso de algún accidente, o de que haya algún detenido. Puede que se decida invertir en una murga —bombos y platillos para acompañar los cánticos de la barra—.

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Un año y cuatro meses más tarde, relata Dos con exactitud, alguien vio al revendedor trabajando como guardia de seguridad en un centro comercial grande, en una tienda donde también se venden playeras de fútbol. Emocionado, pero también sorprendido, Dos comparte el dato con Uno, que es un dirigente local del club.

Uno de los cinco personajes acomoda la bandera de Virgen de Guadalupe en su cuarto.

"Vamos a darnos el rol, jálate a tu gente, pero nada de las Chivas, nada de aliento", instruyó Uno. Dos regresó a "su cantón" pensando en "pasar por un tubo". "En el camino encontré a mi carnal, que me dijo que no fuera por el tubo, porque luego luego iban a empezar los metales. Entonces él se jaló conmigo".

Uno, Dos y ahora Tres, salieron rumbo al centro comercial donde trabaja el revendedor. No llevaban armas, tampoco sabían bien en qué sector podía estar, en un área que ocupa el doble que el Zócalo capitalino. Además, buscaban a alguien a quien nunca habían visto personalmente. "Sí lo vamos a encontrar, ánimo, siempre con fé", recuerda Dos que se decía.

Relata Tres: "Lo primero, incluso antes de entrar, es ver dónde está la seguridad. Había como unos 15 güeyes. Uno se regresó con Cuatro y Cinco, que habían venido con nosotros, porque si entrábamos todos juntos llamábamos la atención".

Dos y Tres entraron al frente, mientras Uno, Cuatro y Cinco se detuvieron en la puerta de la plaza comercial. Revisan la foto que tenían del revendedor: pelo chino, un poco gordo y una especie de lunar en el borde del ojo izquierdo. "Era como una burbuja, así le apodamos: el Burbuja".

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Se montaron en las escaleras mecánicas que van hacia el primer piso. Del lado izquierdo, las que bajan en sentido contrario. De uniforme, camisa blanca, saco, corbata amarilla y un chícharo en la oreja, vieron bajando al revendedor. Dos y Tres dieron la vuelta en U al llegar al tope de la escalera y no podían creer su suerte. Revisaron la cara del guardia de seguridad con la foto de hace un año que tenían del revendedor. Sí, era él. Tiene la burbuja del lado izquierdo del ojo. Dieron aviso a los otros tres que esperaban y Uno fue el que lo abordó.

"¿Quiúbole?", dijo Uno. "Se le cayó el cantón cuando nos vio, se dio cuenta. Nosotros queríamos la luz (dinero) y empezamos a terrorearlo, a dañarlo psicológicamente para que nos pagara, veníamos por lo que era", cuenta.

"Caminándole para no hacer pedos en la chamba", respondió el Burbuja, que desde el primer momento admitió que debía y que iba a pagar. Pero necesitaba tiempo. Para no despertar sospechas, el revendedor empezó a hacer llamadas mientras hacía sus rondas. Los cinco lo siguieron a mayor o menor distancia.

Uno de los miembros de la barra que participó en el cobro de la deuda posa con las insignias de su porra.

Relata Dos: "Estábamos siguiéndolo en la tienda. Nos quería perder, trataba de ir más rápido pero siempre nos terminaba llevando para la parte de la línea blanca, como los electrodomésticos. Abríamos las puertas de lo refris y las cerrábamos para darle putazos en los tobillos. '¿Cómo cuánto es que nos debe?, ¿como 60 varos? Con eso nos alcanza para dos refris de estos, pero lo voy a desmadrar con tu puto cuerpo adentro', le decíamos cosas así", recuerda.

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Sigue Tres: "Tampoco podíamos hacer desmadre ahí porque nos iba a sacar la tira. Nosotros no teníamos armas, pero ya estábamos metidos en el pedo y teníamos que seguir hasta que terminara. Sólo estábamos mis huevos y yo".

Las horas empezaron a pasar y el revendedor comenzó a llamar la atención del resto de los trabajadores del lugar porque había cinco hombres que lo seguían, o se acercaban para hablarle. "Son los de los boletos", respondió en un momento a uno de sus compañeros.

La foto del ojo de la persona que buscaban por el fraude de los boletos para un partido del Club Deportivo de Guadalajara.

"Intentaba perdernos pero nunca dejamos de caminar por la tienda. Era como una marca personal, nosotros parecíamos los de la seguridad. En un momento se detuvo frente a una puerta diciendo que ahí no podíamos pasar porque era sólo para empleados. Me asomé y era una escalera en dos direcciones y nos metimos ahí con él".

La irrupción de los hombres sorprendió a una viejita y una mujer embarazada que estaban en una bodega con la puerta abierta. "Vengo por este cabrón", les dijo Tres. Las mujeres se encerraron, mudas. "Cuando vi a las mujeres me di cuenta de la situación, en sus caras de impacto entendí la magnitud del desmadre que se podía causar. Tampoco podíamos decir 'nos vamos' ni que era una broma. Todo se fue dando. Nosotros íbamos decididos por el dinero, pero jamás pensamos en matarlo. En el último de los casos, pensamos en darle una putiza, pero tampoco lo podíamos hacer ahí adentro. Entonces, seguimos pegados a él".

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Estuvieron paseando por la tienda junto al revendedor durante cinco o seis horas, mientras lo veían hacer llamadas y escuchaban promesas de que a tal hora alguien de afuera iba a depositar parte del dinero. Ninguno de los que relatan manejan las mismas cifras de cuánto era la deuda. Empiezan siendo 60 mil pesos, hablan de 27 mil en un momento, hasta llegar a 10 mil varos. Esto puede deberse a los montos depositados o a que no sabían exactamente de cuánto dinero se trataba el asunto.

La foto de la persona que debía dinero por el fraude mientras avisa a su familia el por qué de su retraso a casa.

Las cámaras notaban lo que pasaba, pero cuando llegó el cambio de turno y el revendedor no se quería ir, más se evidenció la situación. Se atrincheró entre las estufas y los refrigeradores, "tal vez porque ahí era un punto muerto para las cámaras".

"¿Por qué siguen a mi seguridad?", preguntó un remilgado subgerente de la plaza, trajeado diferente, que apareció de repente. "Sáquenlos", le ordenó al revendedor, que no tuvo palabras para decir que no podía. "Son problemas personales", balbuceó.

Dos y Tres activaron el terroreo y cruzaron algunas amenazas. Subgerente se asustó y abrió una negociación. "Se los entrego pero relajen a su gente, retiren a su gente", les pidió. Entonces metió al revendedor a una de las oficinas del personal. Uno es quien hizo la negociación.

"Ya sácame a toda tu gente", repitió el subgerente. Pensaba que eran muchos más de los que realmente eran. Dos tomó el teléfono y marcó un número cualquiera. "Ya sácame a todos y déjame nomás dos en cada escalera", dijo y colgó.

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Subgerente sacó al revendedor de la oficina y lo escoltó a la puerta de servicio, donde lo esperaban los cinco. Había más gente que se reía o comentaba sobre la situación. La cara del revendedor ya había mutado en mueca de desesperación, mientras marcaba y marcaba por teléfono.

"Cámara m'ijo, póngale ruedas. Estuvimos esperando un pinche año para que nos pague y ahora nos va a agarrar el agua. Camínale que la señal de teléfono también entra en el barrio", le ordenaron.

Antes de salir, Tres se acercó al subgerente: "No se preocupe, jefe, que no vamos a volver, no necesitamos de plazas mamonas como ésta, yo en mi barrio todo lo tengo".

Algunos de los que participaron en el cobro beben cerveza y fuman un cigarrillo de mariguana.

Pensaron en irse en Uber pero no, primero tomaron un camión y luego el metro. Eran las ocho y media de la noche cuando bajaron en el barrio. Acababa de llover. El revendedor se agarraba la cabeza. No le habían dicho a dónde lo llevaban y él no reconocía el lugar ruidoso, lleno de música. "No hemos ni comido por tus mamadas", le dijeron. Se fueron todos, con el revendedor, a un tianguis donde se instalaron en un puesto vacío. Lo dejaron parado en un rincón mientras comían y bebían. Todo estaba oscuro y sólo se veían los esqueletos de los puestos vacíos alrededor.

"Ándale, córrele, desaparécete", recuerda Dos que le decía. El revendedor no se movió, sólo pedía que no le pegaran. Le ofrecieron una torta. "El dinero es de todos, muerto no nos sirves de nada, queremos el dinero". Sí recibió algunos putazos de la gente que pasaba y preguntaba por el tipo parado en un rincón.

"Me lo traje en prenda", contestaba Uno. "¡Ah, entonces no te debe cien baros!", y le pegaban. O le decían, "a ver, infla el cachete" y le pegaban. Parecía Kiko. "Llama a tu familia y avísales que te vas a quedar hasta que pagues."

A las cuatro y media de la tarde del día siguiente, Uno comprobó el último depósito. Le dio veinte pesos al revendedor y lo largaron a la calle, con las indicaciones para alcanzar la estación del metro.

"Fuimos pensando que tenía un auto, pero no tenía ni carro ni dinero, apenas tenía su celular", cuenta el Tres. "Entonces le dijimos que se iba a tener que venir y se vino. En los pedos que se meten por dinero. Cuando estábamos viajando en el camión recuerdo que pensé: ¿Qué hago aquí? Si ni siquiera soy de las Chivas, yo soy americanista".