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La guía Vice de la salud mental

La salud mental en España: una asignatura pendiente

En España se gasta poco, se medica mucho y se aísla al enfermo mental como si éste no tuviera nada que aportar

Ilustración de Nick Scott

La paciente es una mujer casada de 25 años que "fue traída en ambulancia a la sala de emergencias del hospital del lugar donde vivía. Su esposo informó que había sido perfectamente normal hasta la tarde anterior cuando volvió del trabajo diciendo que 'estaban sucediendo cosas raras en su oficina'. Había notado que sus compañeros hablaban de ella, que habían cambiado de pronto y que se comportaban como si estuvieran actuando. Estaba convencida de que estaba bajo vigilancia y de que alguien escuchaba sus conversaciones telefónicas. Todo el día se había sentido como en un sueño. Al mirarse al espejo no se había reconocido a sí misma. Se había puesto más y más ansiosa, incoherente y agitada durante el día y no había podido dormir nada durante la noche. Había pasado casi toda la noche mirando por la ventana. Varias veces había señalado los cuervos en un árbol cercano y le dijo a su marido: 'los pájaros vienen'.

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A la mañana siguiente su esposo la encontró de rodillas como si estuviera rezando. Se golpeaba la cabeza repetidamente contra el suelo y hablaba en forma incoherente diciendo que le habían encomendado una misión especial, que su jefe era un criminal, que había espías en todos lados y que algo terrible pasaría pronto. De pronto se calmó, le sonrió y le dijo que había resuelto convertirse del catolicismo al islamismo. En ese momento se puso exaltada, comenzó a reírse y a gritar, y declaró que ella y su esposo podrían rezar al mismo dios de allí en adelante. Poco tiempo después estaba aterrorizada de nuevo y acusó a su marido de querer envenenarla".

El caso de María C., nos hemos permitido la licencia de llamarla así, podría parecernos sorprendente. Pero lo cierto es que, una vez tratada, el diagnóstico indicó tan solo un pico de estrés muy agudo que había desembocado en un trastorno psicótico pasajero. María, una mujer de pueblo, en el que sus padres regentaban un pequeño restaurante, nunca dio síntomas de sufrir ninguna anomalía. De hecho, fue una estudiante media en la secundaria y se graduó como intérprete en la universidad sin demasiadas dificultades. Sus padres tampoco presentaron irregularidad alguna, así que nadie podría haber previsto que una cosa así sucedería.

El caso de María, recogido en la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE), es más común de lo que parece. Nada más y nada menos que el 20% de la población española sufre en algún momento de su vida un trastorno en su salud mental. Un dato totalmente desconocido para la mayoría, que debería hacernos reflexionar sobre la importancia que atribuimos a esta problemática y ponernos en alerta acerca del trato que reciben los que sí que la padecen.

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Así que empecemos por interrogarnos, antes que nada, qué significa estar sano mentalmente. La mayoría apenas le ha dedicado atención a esta pregunta, algo que nos dice mucho de la cuestión que queremos tratar. La salud mental de una persona depende de su capacidad para conectar con las coordenadas sociales en las que vive. Inscribirnos en el mundo que nos rodea representa para la mayoría un ejercicio automático que deriva del mero hecho de poseer cerebro, un órgano destinado, básicamente, a orientarnos. Gracias a una serie de operaciones, casi todas de carácter inconsciente, el cerebro nos inscribe dentro de un contexto social más amplio: la familia, los amigos, los amantes, de manera que somos capaces de sentir empatía por los demás, construir una idea de nuestra propia vida o describir cuáles son los límites comúnmente aceptados.

Nada más y nada menos que el 20% de la población española sufre en algún momento de su vida un trastorno en su salud mental.

Nadie ha sabido aún definir exactamente las causas de la enfermedad mental. Existen, como no, grandes científicos que han llegado a conclusiones sumamente relevantes para el estudio de este tipo de patologías, pero no nos excederíamos demasiado si dijéramos que este es un fenómeno que aún está por describir correctamente.

España ha sufrido la misma evolución que cada uno de nosotros a la hora de plantearnos esta pregunta. Primero se pensó que se trataba de una causa maléfica, de tintes mitológicos, que actuaba sobre la persona llevándola a cometer actos de los cuales no era capaz de responsabilizarse. Luego nos dimos cuenta de que el demonio no tenía nada que ver con este asunto y nos preguntamos si no era un desajuste químico el que producía algún tipo de conducta extraña que no es habitual. Poco a poco fuimos reconociendo que, además de los factores biológicos, toda persona posee emociones y pensamientos que deben ser tratados debidamente si se pretende dar asistencia a aquel que lo necesita. Finalmente nos dimos cuenta que nuestro entorno social cercano y, también, las condiciones históricas gracias a las cuales pensamos el mundo en el que vivimos son cruciales a la hora de hablar de salud mental.

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Para comprender la situación de los enfermos mentales en España hay que tener en cuenta que hasta 1986 no podemos hablar del inicio de una auténtica reforma en este campo. Tanto es así que no pocos autores afirman que la calidad asistencial que se le ofrecía a nuestros enfermos hasta bien entrado el siglo veinte no dista mucho de la que les esperaba en el siglo quince. Abuso, estigma, discriminación, exclusión social, son algunas de las lacras sufridas por este colectivo, condenado durante siglos a ser denominado anormal, demente o desviado.

Pensar que la primera vez que leí la "Historia de la locura en la época clásica" de Foucault estaba leyendo el modo en que el enfermo mental ha sido tratado en España, y en Europa en general, durante varios siglos, ahora me parece estremecedor. Citemos, por poner un ejemplo, una palabra de moda. El mero hecho de ser un friki te convertía, no hace tanto, en carne de cañón para todo tipo de burlas, de vejaciones o rechazos. Y es que la diferencia siempre ha producido una especie de miedo ancestral. Parece como si nadie la quisiera cerca. Por ello, el enfermo mental ha sido, por definición, un excluido en la historia de la medicina y en el desarrollo de nuestra sociedad.

Imaginemos por un momento este problema en el contexto franquista. Después de que en el periodo republicano se intentasen llevar a cabo algunas de las reformas que hoy han sido asumidas completamente, solo hace falta decir que uno de los abanderados de la psiquiatría de los años 50 en España fue un tal Vallejo Nájera, catedrático en la Universidad de Madrid, que apostaba por una eugenesia experimental al estilo del nazismo a la búsqueda de una auténtica raza española. Con dos cojones. Con la guerra no solo perdimos la libertad, también la cordura.

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Según la UE el gasto en salud mental de España está entre los más bajos de la unión.

Es evidente que la situación en esta materia ha mejorado significativamente en los últimos años. Las peculiaridades sociopolíticas de España han hecho que las reformas en el sistema de salud se hayan producido con retraso, pero hoy en día hemos pasado de la completa dejadez a un modelo sanitario público de amplia cobertura, con un sistema creciente de servicios sociales, que intenta dar respuesta a este tipo de problemáticas de manera completa y continuada.

Una de las ideas clave de este proceso fue la desinstitucionalización del enfermo mental, dicho de otra manera, la desaparición de los "manicomios". La idea: hacer frente a la cronicidad que presentan muchas de las patologías mentales. La evolución en la materia nos ha llevado a considerar al enfermo mental como una persona capaz, si está suficientemente acompañada, de llevar a cabo un vida relativamente autónoma y participar de la comunidad como un igual. Algo que ha venido acompañado de un amplio desarrollo social y sanitario, amparado por nuevas leyes reformistas, que han permitido aceptar progresivamente a estas personas y encontrarles su sitio.

Ahora bien, los datos hablan por sí solos: según la UE (Libro Verde) el gasto en salud mental de España está entre los más bajos de la Unión Europea, lo mismo si lo comparamos con la cantidad de recursos asignados a protección social, tres puntos por debajo de la media. El avance en nuestro país dista mucho de haber sido completamente desarrollado. Lo cierto es que cualquier conversación con los profesionales del ramo coincide en una misma crítica: la falta de recursos para abordar un problema complejo que requiere de nosotros atención y cuidado, dos actitudes que brillan por su ausencia en la sociedad contemporánea.

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Vivimos aún en una sociedad inhumana, que no se ha atrevido a tomar la salud mental en serio y que pagará tarde o temprano las consecuencias de su irresponsabilidad.

María, como tantas otras personas, fue tratada en un hospital psiquiátrico. En caso de haber persistido la patología, puesto que no suponía ninguna amenaza para los demás, es probable que hubiese sido derivada a otro tipo de centro, quizás de carácter asistencial y, poco a poco, a base de corregir la farmacología asociada, hubiese conseguido llevar una vida relativamente normal. Ahora bien, María seguiría siendo dependiente de por vida, su tasa de desempleo sería de entre el 60 y el 90 por ciento, la vulnerabilidad respecto a los posibles abusos seguiría siendo mucho más alta que la media, probablemente estaría expuesta a otros tipos de problemas médicos que permanecerían sin diagnosticar y es posible que, a la larga, hubiese desarrollado ciertos vicios que mermarían consistentemente su núcleo familiar. En el peor de los casos hubiese sido aislada, etiquetada y estigmatizada y nos miraría desde las celdas de su habitación con esos ojos tan característicos de aquellos que nos saben donde están.

¿Es este el trato que se merecen estas personas? En España se gasta poco, se medica mucho y se aísla al enfermo mental como si éste no tuviera nada que aportar. Ni que decir tiene que la crisis económica, además, no ha ayudado demasiado. Cada vez tenemos menos recursos, mientras que la venta de psicofármacos no para de crecer. En 2012 (últimos datos de los que se dispone) se vendieron 39 millones de unidades, especialmente de tranquilizantes y antidepresivos, un 10 por ciento más respecto al año 2009. ¿Nos convierte eso en una sociedad medicalizada, que rehúye la pregunta por la salud mental, que ensimisma a sus enfermos y que no hace nada, o muy poco, por llevar a cabo esa gran reforma destinada a la desinstitucionalización de los enfermos mentales, incluyéndolos dentro del sistema sanitario de salud?

Lamentablemente la pregunta no tiene una respuesta clara. Más bien diría que vivimos aún en una sociedad inhumana, que no se ha atrevido a tomar la salud mental en serio y que pagará tarde o temprano las consecuencias de su irresponsabilidad. Todo el mundo está expuesto a la caída, de nosotros depende que se levante y vuelva a caminar.

@c_palazzi