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Referéndum catalán

Ni 155, ni DUI ni equidistancia: esta no es mi guerra

Puede ser difícil de imaginar, pero hay gente que no nos sentimos identificados con ninguno de estos tres conceptos.
Imagen modificada de los usuarios de Flickr ppmelilla y vilanovailageltru

En estos tiempos de bipolarismo puede parecer extraño, e incluso improcedente, que alguien pueda pensar —en paralelo— que aplicar el 155 sea un una acción totalmente demencial y desfasada y, a la vez, pensar que declarar la independencia de Catalunya sería una cosa muy jodida, justificándolo con un referéndum ficticio —por culpa de un gobierno central impasible— que no representa a todos los catalanes.

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Incluso puede parecer raro que para estas personas ni tan siquiera la tan esgrimida "equidistancia" sea la mejor opción respecto a los hechos. Ni 155, ni DUI ni equidistancia. Sí, hay personas ahí fuera, entre las que me incluyo, que no se sienten identificadas con esta batalla que capitaliza la información, los bolsillos y las emociones.


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Personalmente mi nacionalidad es mucho más pequeña que la de ese "país petit" que canta Lluís Llach. Mi país —mi hogar, el sitio donde siento que pertenezco— no creo que ocupe un espacio demasiado grande, incluso podría meterse dentro de mi casa, en pequeñas cajas de zapatos.

Siento, por lo tanto, un sentimiento profundamente local de pertenencia. Mi nación es todo aquello con lo que convivo, más allá de las exageradas ideologías nacionales. No me siento identificado ni con la cultura española ni con la cultura catalana que, de hecho, ¿a qué se refieren exactamente?

Yo amo el kebab Amigo o el Bismillah de la calle Joaquim Costa y deseo que la tienda de fanzines y cómics de mis colegas de Fat Bottom no tenga que cerrar nunca; quiero que Andrea y Sergi sigan haciendo cada año el Cønjuntø Vacíø; quiero que Discos Paradiso sea el sitio más importante de Barcelona; quiero poder ir al Gutter cada año y compartir mesa con otra gente que siento profundamente cercana y con la que comparto tantas ideas y aficiones.

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Un servidor en mi querido kebab Amigo. Foto por el autor

Quiero coger una furgoneta e ir a tocar por todo el mundo con mis mejores amigos y sentir que pertenezco a esa banda, que ese grupo y esa forma de hacer las cosas me definen. Quiero pertenecer a ese mundo en el que me paso las mañanas de los sábados empaquetando fanzines para luego ir a Correos y mandarlos a todas partes. Mi país son esas noches de borrachera en el Café Nights y las porciones de pizza margarita de dos euros del Pizza Circus.

Eso es lo que me define y no dejaré que nadie me diga cuál es mi país o cómo debe ser su ADN y su cultura oficial. Lo que me une a mi gente es la forma de hacer las cosas y de entender el mundo, no una bandera ni un congreso ni un parlamento. Siempre he dudado de aquella gente que no vacila ni un segundo a la hora de colgarse una bandera al cuello y ondearla detrás de su espalda, o esa que se la pinta en la cara, sea la bandera que sea.


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Este sentimiento no es el mío, las naciones me vienen grandes, gigantescas. Lo mío es guardar una pequeña entrada de un concierto en el Eclèctic de Torelló, de la Jazz Cava de Vic, del Rock 'n' Trini del barrio de Sant Andreu de Barcelona o del Liceo Mutante de Pontevedra.

Porque una cosa está clara, siento más proximidad emocional con la gente del centro de conciertos El Pueblo, de Ourense, que de un publicista del Born de Barcelona. Mi pequeño país está compuesto por muy poca gente pero gente que está esparcida por todas partes. El espacio, los enclaves territoriales, no son un límite para definir de dónde soy ni quién soy y nunca alzaré una bandera que tome por mí todas estas decisiones.

Así, que, básicamente, no me importan todos estos vaivenes políticos, que si DUI, que si 155, que si elecciones. La independencia no me va a salvar la vida. Salir de España tampoco sería un infierno para mí. Está claro que no pondré mi cuerpo delante de ninguna institución para defenderla. Esta danza letal solo me ha confirmado una cosa: que esta no es mi guerra y que mi pequeño mundo lo tengo que defender cada día, como lo he estado haciendo siempre, ya sea delante de las instituciones catalanas, de las españolas o de las europeas. Y tengo clarísimo que mi país no forma parte de ninguna de ellas.