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Música

¿La última del Último Andador?

La gente pidió un encore, y como El Último Andador ya no tenía más temas, “Nacos Flacos” sonó de nuevo por demanda popular.

Fotos de Alejandro González Cuevas y Hugo Caro Olvera.

La última vez que vi a El Último Andador en vivo fue el 20 de marzo de 2010 en el Club de Leones. Así lo dice el talón del boleto que me entregó el saxofonista Juan Pablo (Benom, para quien lo ubica mejor).

Habrá quien querrá desmentirlo, pero estoy casi seguro de que aquella ocasión fue la última presentación de la banda colimense de ska two-tone.

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Esa noche fueron el acto principal de un show donde también participaron bandas locales como Los Dilers, La Solitaria, Sexto Umbral y las bandas visitantes Hot Mavericks y Hermanos Calavera.

Recuerdo que al final de la tocada, Benom me preguntó si sonaron bien, pues los monitores no les ayudaron mucho para escucharse. Si no me equivoco, el recital fue breve, y a decir verdad, aunque la gente coreó por igual temas como “Manifestación” o “Pensando en ti”, no fue la actuación más memorable del grupo.

En ese tiempo, Juan Pablo y Gaby (sax altos), Ulises (sax tenor), Orlando (trompeta), Arturo (voz), Carlos (bajo), Emanuel (batería), Diego (guitarra), Kakis (teclado), Pablo (percusiones), Alejandro y Tosko (trombones) o terminaban sus carreras y se metían de lleno a la vida laboral, o comenzaban a formar familia propia, y esa banda con tantos integrantes como tiene un equipo de fútbol en la cancha, sencillamente se desvaneció en el olvido.

Pero ustedes seguramente no saben nada sobre El Último Andador. En Colima fueron los últimos en aparecer entre la camada de bandas de ska de que brotó a principios de la década pasada (precisamente en 2004), a partir de la influencia de grupos como Panteón Rococó o Inspector. Alguna vez en un diario local dije que no tocaban el género con la iluminación de un Beethoven en un día no muy inspirado, pero es un hecho que para muchos jóvenes colimenses que ahora rondan entre los 20 y 25 años, con su música y sus discursos entre canciones, fueron un primer acercamiento -cara a cara- a tópicos controvertidos como la globalización, la explotación social, la marginación y la concienciación sobre los derechos propios y ajenos.

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Cuando el grupo se dio por desaparecido de manera definitiva, como muchos, le insistí, le insistí y le insistí a Diego, a Juan Pablo y a quien me encontrara del grupo sobre una posible reunión. Sencillamente porque en directo tenían algo que provocaba mucha euforia. Conectaban con la gente. Sólo quedaban en una sonrisa y un: “estamos en eso”, dando a entender que no.

Quienes los seguían, sólo se quedaron con imágenes donde le arrebatan de las manos el micrófono a Arturo para corear al unísono el grito de “Manifestación”, y su reiterada frase de “¡Cámara, banda!”; a Diego, inmutable, siempre rasgueando la guitarra de espaldas a la gente; el estruendo de los metales, los sabrosos bailes en “Pensando en ti”, el slam duro y las caídas con “Nacos Flacos”, así como el vapor humeando de los sudorosos cuerpos en movimiento. Todos eufóricos ecos de una juventud que ya no está.

Fue en enero de este año que en el Facebook de la banda apareció una publicación que dejaba claro que en el pasado marzo tocarían por primera vez tras cuatro años de ausencia para celebrar los diez años de su formación: “Fue larga la espera. Nos teníamos que sacar esa espina clavada de haber parado sin previo aviso; unos se fueron y tomaron su propio camino, pero otros llegaron para revivir ese Último Andador que había quedado en coma” – iniciaba el comunicado.

“Es muy probable que la tocada sea a finales de mes”, me comentaron Arturo y Juan Pablo, y que ya estaba por concretarse un local del SNTE como aforo para la presentación del grupo.

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Como decía el comunicado, El Último Andador no vendría completo con la deserción de Diego, Gaby, Pablo y Kakis, pero contarían con la suma de Eliza (teclado), Francisco (trombón) y Elain (guitarra).

Sin embargo, nada de eso ocurrió. Pasó marzo y la promesa quedó incumplida a sazón de un dedo roto del bajista Carlos. Al inicio de este mes de abril ya no pudieron aplazarlo más y anunciaron que sería el día once, en un local cercano al centro de Villa de Álvarez, donde se han hecho tocadas con bandas locales, más en un contexto de fiesta que de otra cosa.

La última del Último Andador

Era viernes. Había morbo de saber cuánta gente llegaría, de si era real la cifra de más de setecientos apuntados en la lista del evento en Facebook (más que nada porque no hubo gran difusión en otros lados). A primera vista, por ahí de las diez de la noche, el hecho de que en la entrada del local Los Tamarindos fuera necesario hacer fila o bolita, daba buen augurio.

Adentro, los enmascarados de En Esta Esquina terminaban su set de surf ante casi trescientas personas. Entre las bandas participantes, eran los más entusiasmados por tocar esta noche. La gente seguía llegando.

-Es muy probable que la gente llegue como hasta las doce; nadie va a querer ver a las otras bandas - me comentó un amigo antes de la fecha.

Para entonces ya se preparaba la Mexican Chakaloza Mafia en el escenario. Hacía quizá un par de años que no veía a esta banda, pero es comprensible, ya que casi no tocan porque no son invitados. Su bajista Pablo Mojica alguna vez me comentó que no los quieren en los ámbitos de rockeros, de metaleros, de punks, ni en ningún otro. También han sido criticados por no “apoyar la escena”, por no generar camaradería entre las bandas.

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Si de por sí son conocidos por mezclar géneros dispares como el jazz y funk con instrumentos prehispánicos como el atecocolli y el palo de lluvia, para esta ocasión la banda de metal crossover preparó un set por demás bizarro.

Junto al cuarteto se sumó un trombonista y un trompetista que le dieron un aire bailable a temas como “El cuico del año” o “El payaso cogelón”. Resultaban extrañas las escenas con las vocalizaciones guturales de Benito destilando mala leche como acostumbra mientras Pata cortaba la distorsión de su guitarra para rasguear acordes de ska tradicional. Esto poco parecía importarle a quienes se acercaron frente al escenario para moshear como locos.

Pese a las fallas técnicas en el bajo (a Mojica se lo comieron vivo en carrilla), la Mexican Chakaloza Mafia dejó calientito al auditorio. Terminaron su frenética presentación con “Niño Lombriciento”.

Era notorio cómo crecía la cantidad de gente a medida que corrían los minutos. De pronto, el frente del escenario se llenó de asiduos a los shows de punk: era el turno de Rosa Gloria Chagoyán.

La gran mayoría de los presentes se sorprendió con la presencia de Abril en el escenario. No tenían idea de que siendo tan bajita, y de aspecto poco agresivo, la muchacha pudiera cantar como lo hace. “Canta como Benito de la Mexican”, escuché entre el gentío, una vez que habían terminado.

Por primera vez se escucharon con claridad las letras de contenido feminista como “Sin diosas” o “Autonomía”. Meño al bajo brincaba como simio y Cochón anunciaba que tocarían un cover clásico de una banda que nadie nunca conoció mientras algunos se arremolinaban contra el escenario para lanzarse a la multitud. “Esto ya parece el Reventour”, se escuchó por ahí. Y era cierto, pues ya comenzaban a generarse nubarrones de tierra entre el empuje de la gente, y era imposible mantener entre las manos un vaso de cerveza.

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Cuando Rosa Gloria Chagoyán terminó su set de hardcore, el nerviosismo de muchos de los presentes comenzaba a palpitar. Para entonces había muchísima gente. Nunca vi reunida a tanta con la intención de ver a una banda local. Quizá sea un hecho sin precedentes.

-Quizá sean entre quinientos o seiscientos, pero mejor ya que termine, pregúntales cuánto varo reunieron para que salgan las cuentas claras y exactas –me dijo la última persona a quien le pregunté cuántos asistentes calculaba.

Quedaba clarísimo que el hecho de que fuese viernes, que fuese el inicio de las vacaciones de semana santa y que no hubiese otra fiesta pública en la ciudad, benefició mucho a la asistencia de este show. Había gente de varios círculos, gente que quizá no se había visto entre sí desde hacía mucho, mucho tiempo.

Incluso llegaron los metaleros, quienes años atrás, cuando El Último Andador estaba en activo como cualquier banda local, criticaban el ska, el estilo y se relacionaban con ellos lo menos posible.

Pero en el escenario, la gente se acercaba. Comenzaba el griterío de “¡Último, Último!”, como si se tratara de una banda cuyos integrantes fuesen inaccesibles estrellas de rock, como si nunca se hubiesen tomado una cerveza con cualquiera de ellos. Y eso era lo bonito y emocionante, porque sí parecía genuino el interés de volver a escucharlos.

Está de más relatar la ovación cuando El Último Andador subió al escenario y comenzó a prepararse.

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-Estamos muy contentos de estar aquí. Este es un concierto para ustedes, para nosotros y para toda la banda que nos ha apoyado – exclamó Benom y comenzó el tema de entrada, un reggae que puso a bailar despacito y suave a los presentes. Ya era una realidad. El Último Andador estaba tocando.

Cuando tuvo su mayor apogeo por ahí de 2006 y 2008 en las tocadas de Colima y Manzanillo, El Último Andador siempre fue una banda que revindicó sus influencias del ska tradicional a través de un par de covers. En esta ocasión no pudieron faltar “The Guns of Navarone” de los Skatalites, ni “Changó”, de los londinenses Ska Cubano.

Previo a “Mundo horizontal”, Arturo se dio tiempo para reafirmar la vieja convicción que promovían como banda, de mantenerse críticos: “Hay que involucrarse de igual a igual con los demás porque las relaciones en corto hacen la diferencia”.

-Aquí tenemos con nosotros a uno de los primeros integrantes de la banda. De hecho fue el primer vocalista del Último Andador -exclamó Arturo luego de terminar “Mundo Horizontal”, y entonces subió un sujeto apodado “Vaquita”, que parecía haber bebido bastante. Se preparó al micrófono para interpretar “Nacos Flacos”, y fue entonces que el público estalló en intenso slam. Algunos se lanzaron del escenario, muchos cayeron, la polvadera y el sudor se hicieron una extraña nube, y un pequeño niño como de nueve años nadó –ileso- a lo largo de quizá cien metros entre las manos de la multitud. –¡Ese niño quedó marcado de por vida!, comentó alguien mientras hacía su propio recuento del show.

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El momento romántico de la noche llegó cuando el grupo se dispuso a tocar “Pensando en ti”. Benom, que para entonces, y seguramente a causa de la emoción, ya parecía que daba un monólogo entre canciones (en algún momento fue abucheado por su afición a las Chivas de Guadalajara). Con innegable nostalgia dedicó el tema a su novia que está en Perú, y a la letra le añadió una nueva estrofa con flow hip hopero.

-¡Ésta es mi favorita!, me gritó entre cervezas una amiga que comenzaba a bailar al ritmo que imponían los metales durante “Sin miedo a la sonrisa”, un tema que va de la represión policial.

“Duende”, quizá el primer guitarrista de la banda, de los tiempos cuando aún el grupo se juntaba para ensayar en los andadores de Senderos del Carmen, también apareció para interpretar un número instrumental de reggae. Su emoción fue tanta, que insistió en tocar otra más. “Esta fue la primer canción que tocamos completa en los ensayos”, dijo, y a continuación sonó una versión de “Loco”, de Los Auténticos Decadentes.

Entre slam y baile cayeron temas como “Explícame”, “Hoy desperté” o “Luchando”, pero todo mundo ahí sabía que esto ya se terminaba cuando el baterista Emy gritó: “¡Skaan kin!, ¡Tres cuatro!”.

Tenían que cerrar con “Manifestación”, este tema es algo así como su himno. Ahí se condensa prácticamente todo lo que hay en la música de El Último Andador, el señalamiento hacia aquello que incomoda de la sociedad en general, el desenfado del slam, la pasión del baile y ese “la la la lá” que irremediablemente convoca a corear y pensar que todo puede estar mejor, aunque sea por un tiempo breve.

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-Güey, esta es la primera vez que los veo. Yo ni había nacido cuando ya tocaban ellos – me respondió una chica de 20 años cuando le pregunté qué le pareció el show. Todo el rato se la pasó entre los empujones del slam, y le gritoneó sus verdades a un tipo que le tocó las nalgas.

La gente pidió un encore, y como El Último Andador ya no tenía más temas, “Nacos Flacos” sonó de nuevo por demanda popular. La noche siguió en la tesitura de fiesta, con el dj Resh detrás de las tornamesas.

De momento no se sabe si este recital supone un segundo aire a la continuación de El Último Andador, o si por el contrario, fue su final absoluto. “Ahorita lo que pensamos es en hacer la tocada porque desaparecimos así nomás, sin decir adiós”, me explicó Arturo cuando todo lo ocurrido estaba aún en preparativos. La realidad es que no hay nada dicho.

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