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Cultură

Cómo me vengué de mi roomie misógino

Quería gritarle la mierda de persona que era pero supuse que era mejor calmarme y planear una venganza muy bien elaborada.

Dos jóvenes que no tienen nada que ver con el artículo. Foto vía.

Tengo 33 años, soy desempleada y viajo mucho. Mi vida consiste en ir de departamento en departamento durmiendo en sillones.

Cuando regresé a Lyon después de haber pasado varios meses en el extranjero, aterricé en el sillón de una amiga antes de ponerme a buscar un depa propio. Por eso me suscribí a una página para buscar roomie. Escogí una foto mía donde no salgo tan mal, estoy sonriendo y traigo puestos unos lentes de sol. Poco después, me contactó el idiota que se volvió mi roomie.

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La primera vez que fui a ver el departamento pasó lo de siempre: tomamos un café y hablamos unos minutos. Me contó que era abogado, que le gustaba el tennis y que era soltero. No quiso comprometerse a compartir departamento por mucho tiempo. "Primero dos meses y luego ya vemos", me dijo. Me di cuenta que era un poco cortante pero no le di mucha importancia. "No paso mucho tiempo en la casa", continuó. Ya podía verme holgazaneando en la terraza de su enorme departamento burgués. Me mudé pocos días después.

Salimos por unos tragos para festejar mi llegada. Era bastante obvio que yo le gustaba a mi nuevo roomie. Me decía cumplidos, coqueteaba conmigo y hacía bromas. Le seguí el juego y me reí un rato. Es gracioso pero no sabe cuando parar. Empecé a sospechar que era un mujeriego. Ya pasa de los 40 años de edad, es bajito pero energético, lleno de testosterona. Nos encontramos a una conocida suya y me advirtió que mi roomie era un poco extraño y que muy pocos duraban más de dos meses viviendo con él. Conforme avanzó la noche, mi roomie se dio cuenta de que yo prefería a las mujeres. Dijo que me iba a poner de nuevo "en el camino correcto". Al principio, lo tomé como una broma.

Ellos tampoco tienen nada qué ver. Foto vía.

Al día siguiente de nuestra salida, encontré en su biblioteca un libro del polémico Eric Zemmour. Me empecé a malviajar. Ya me estaba mandando muchos mensajes de texto. A las 4PM ya quería que fuéramos "por unas chelas". Cuando me conecté a Facebook, me di cuenta que ya me había invitado a más de 13 eventos.

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Mi roomie iba al departamento unas dos o tres veces al día: para comer algo al medio día, para cambiarse antes de ir a jugar tennis y para bañarse. Podía llegar en cualquier momento. De pronto, sus modales me empezaron a molestar. Me decía "corazón" mientras me apretaba un cachete o entraba a mi cuarto sin que le diera permiso. Empecé a sentirme atrapada.

Dos días después de que me mude, mi roomie recibió a una chica que solo venía de paso a la ciudad. Vi cómo hacía lo mismo que hizo conmigo: la interrogó, la intimidó y la presionó. Ella sólo reía de nervios. Él asumió el papel de macho alfa y ella era su presa. Cuando me fui a dormir, me quedé pensando si la chica se iba a acostar con él o no. Al parecer no porque "era demasiado vieja para él", aunque tenían más o menos la misma edad. Mi roomie ya había recibido a más de 40 viajeros de paso y, extrañamente, todas eran mujeres. Me dijo que "sólo se acostaba con ellas si le insistían". Ni que fuera un pervertido.


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Tres días después de mi llegada, lo acompañé a una fiesta. La dueña de la casa me interceptó en cuanto llegamos y me preguntó si era la nueva roomie. Respondí que sí. "¿Apenas llevas tres días? Después no lo vas a soportar. Un consejo: no te acuestes con él. Es muy bueno, se acuesta con todas. Si accedes, te va a dejar de hablar. Se va a portar muy mal para que te canses y te vayas". En ese momento supe que tenía que salirme de ahí lo más pronto posible.

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Esa noche, mi roomie se la pasó estudiando a las chicas solteras en la fiesta. Estaba "hambriento", según sus palabras, pero "eso no significa que haga caridad", no estaba dispuesto a tirarse "perras viejas": que tal estaba muy gorda, que tal otra era muy vulgar y que esa última era muy tonta. Y si eran mayores, decía que "ya estaban muy usadas". Por dentro estaba que me llevaba la chingada pero por fuera era igual de linda que siempre, a pesar de todas las estupideces que decía.

El ambiente en el departamento cambió en cuestión de días. Ya no nos hablábamos. Andaba por la casa en calzones y me respondía con monosílabos. Un día tiré un poco de agua en la cocina cuando me estaba preparando un té. Cuando llegó, me tomó del brazo y me mostró la mancha en el piso. "¡Qué es eso?", me gritó. Estuve encabronada por horas. La idea de vengarme empezó a revolotear por mi cabeza. Imaginaba escenas donde me salía del departamento sin que se diera cuenta y sin pagar la renta.

Foto vía.

Pero él fue más rápido que yo. Una noche, seis días después de que me mudé, regrese de una fiesta con una amiga que estaba demasiado peda como para regresarse a su casa. Eran las tres de la mañana. Le preparé el sillón para que durmiera ahí y traté de hacer el menor ruido posible, tomamos un poco de agua y nos dormimos. Ella se fue al día siguiente a primera hora de la mañana. A las 10:30AM, mi roomie abrió la puerta de mi habitación. "¿Qué chingados pasó aquí? ¡Hay confeti por todos lados! ¡Más te vale que limpies!", dijo y azotó la puerta.

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Una hora después, la sentencia llegó vía un mensaje de texto largo como la chingada: "Valentine, me molestó mucho tu forma de actuar ayer por la noche. Llegaste a las tres de la mañana con un desconocido y no me avisaste, me despertaste y tardé tres horas en volverme a dormir. Dejaste el departamento hecho un desastre. Hay confeti por todos lados. Además, la limpieza no es tu fuerte. Creo que no tenemos la misma visión de un departamento compartido. En resumen, estoy muy molesto. No podemos seguir así. Espero que me entiendas. Ya encontré a alguien más, una estudiante que quiere enfocarse en la escuela y que corresponde mejor a mis expectativas. Se muda el 1º de mayo. Espero que ya te hayas ido para esa fecha. No tienes que pagarme nada porque mi tranquilidad no tiene precio. Es todo. Espero tu respuesta".

Me hervía la sangre. Quería gritarle la mierda de persona que era pero supuse que era mejor calmarme y planear una venganza muy bien elaborada.

Oriné en una taza y me metí a la cocina. Abrí todos los cajones. Vinagre balsámico… sería imposible que detectara un poco de orina ahí ¿cierto?

Le respondí: "Dame unos dos o tres días para sacar mis cosas y largarme de aquí. Buen día".

Esos dos o tres días la pasé pensando en la mejor forma de hacer justicia. Se me ocurrió denunciarlo en couchsurfing.com, orinarme en su cepillo de dientes o reemplazar su pasta de dientes con crema para pies. No sabía cuál era mejor. "¿Por qué escoger si puedes hacer todo?", dijeron mis amigos.

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Siguen sin ser los protagonistas de esta historia. Foto vía.

¿Me estaba arriesgando demasiado? Después de todo, no sabía de qué era capaz ese tipo. ¿Y si me demandaba? ¿Y si me mandaba a golpear? Podría ser.

Me mudé en sábado. Mis maletas ya estaban listas y lo único que necesitaba era poner mi diabólico plan en marcha. Y tuve la oportunidad. Esa mañana, mi roomie se fue temprano y me dejó el campo libre. Me levanté en cuanto escuché que cerró la puerta. Di rienda suelta a mi imaginación y entré en un trance vandálico.

Oriné en una taza y me metí a la cocina. Abrí todos los cajones. Vinagre balsámico… sería imposible que detectara un poco de orina ahí ¿cierto? El punto era que no se diera cuenta tan rápido. Quería que dudara. Después ya no podía parar. ¿El contenedor de agua de su cafetera? Perfecto. ¡Qué bonita botella de ron tiene en la alacena. El aceite de olivo me recibió con brazos abiertos. Aún quedaba un poco de orina en el fondo de mi tasa. ¿Y si salpicaba un poco en la alfombra? ¿O en la terraza?

Los mayores placeres de la vida vienen de las cosas más pequeñas: seguro unos cuantos pelos púbicos pasarían desapercibidos en su espagueti al pesto.

De pronto me entró un poco de miedo, así que corrí a asomarme a la ventana que da a la calle para ver si estaba su auto. Podría entrar en cualquier momento, subir las escaleras y encontrarme ahí, con la taza de pipí en la mano. Pero no había ni un rastro de él. Mi corazón latía rápido. Abrí su closet y le eché unas gotitas de pipí a su traje. También a sus zapatos y a sus chamarras. Incluso a su casco de motociclista.

Por ultimo, me metí al baño. El cepillo de dientes es el mayor símbolo de intimidad. Por eso lo froté contra el cepillo para baño. Después se me ocurrió poner un poco de materia fecal en su rastrillo y en las rejitas de su secadora. Para finalizar, le eché un poco de crema para depilar en su champú. Por suerte, la botella no era transparente. Era hora de irme. Podría entrar en cualquier minuto, tomar una ducha, lavarse el cabello después de un buen partido de tennis, descubrir mi travesura y destruirme.

Llamé a mi amiga Sonia para explicarle la situación. Diez minutos más tarde, ya estaba esperando abajo con otra amiga en su auto. Las dos me ayudaron a sacar mis maletas y meterlas al auto. En un ultimo esfuerzo por completar mi venganza, me robé una botella de champan y nos la tomamos al día siguiente, muertas de risa.