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Me enviaron a cubrir el accidente de autobús de Tarragona

Cuando cubres un accidente de este tipo no solo tienes que prepararte para aguantar lo dura que va a ser la escena, si no también para aguantar la frivolidad y el morbo con el que la gente va a tratarlo.

Me desperté en plan las 11, tranquilamente. En la encimera aún las copas por fregar de la noche anterior. Diez minutos más tarde recibí una llamada de un número larguísimo:

- Alba, ¿te puedes ir a Tarragona para cubrir el accidente de autobús?

- ¿Qué accidente? ¿Qué autobús? ¿De qué coño me hablas?

Tengo un problema. La palabra "No", no existe en mi vocabulario. Me desplacé a toda prisa hasta el km. 333 de la autopista AP-7 para 2 horas más tarde hacer un directo desde la zona cero. Un pequeño detalle: el accidente pasó a más de 250 kilómetros de mi casa y no tenía ganas de ser yo la que sufriera el choque. Me compartieron ubicación por WhatsApp de una de las unidades móviles que estaba preparada para la ocasión.Todos los efectivos trabajaban aquel día para cubrir el gran desastre del siniestro. Mientras conducía escuchaba las noticias por la radio e iba a la vez anotando con un boli en mi mano todos los detalles que me serían necesarios para cubrir la información. En mi mano aún se lee 14 víctimas mortales (no sé bien por qué pero se ve que alguien resucitó y por suerte finalmente solamente fueron 13), 63 personas implicadas en el accidente, 13 heridos graves y otros 3 muy graves.

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Las autoridades se esforzaban en gestionar la catástrofe como buenamente podían. Pusieron a disposición de los ilesos y los medios un hotel de carretera con medio centenar de psicólogos especializados en este tipo de percales. Los medios estábamos concentrados justo al lado del epicentro, en un caminito de tierra que parecía ligeramente elevado esperando a ser el plató improvisado de alguna desgracia humana. Intentaba imaginar a las 13 chicas que habían muerto aplastadas en aquel autobús que tenía allí enfrente, completamente destrozado. No cabía en mi cabeza cómo pudo el conductor tener tanta suerte, o tan mala, de seguir vivo. Dicen que dio un volantazo a la izquierda después de pisar la línea continua y se fue directo al carril contrario. Parecía increíble cómo había podido volar hasta el otro lado teniendo una mediana de aquellas que adornan con plantas y arbolitos de flores. Como si una mediana tuviese que ser un lugar bonito en el que morir.

Como era de esperar no llegué al primer directo. Si me hubieran llamado a las 9, como lo hacen los otros medios hubiese tenido tiempo de prepararme psicológicamente ante aquella experiencia tan chocante. Presentadoras maquillándose para entrar en directo, memorizando textos totalmente frívolos, ante la escena dantesca de cuerpos cubiertos con sábanas de las chicas que perdieron la vida. Podríamos haber sido tú, yo, tu hermana, tu prima. Pero la sonrisa de muchas de aquellas chicas se conservaba intacta, al igual que su rimmel. Mientras esperaba recibir más indicaciones, me limité a contemplar a los curiosos que se acercaban a la zona como si les faltara una bolsa de palomitas para disfrutar de la escena. Incluso una pareja, decidió encerrar a su hija de siete años en la parte trasera del coche mientras ellos vislumbraban el momento más emocionante: los bomberos tenían que arrancar los asientos del autocar para poder sacar los cuerpos. ¿Por qué da tanto morbo a la gente ver eso?

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De pronto desde la Generalitat se anunció una rueda de prensa en el improvisado campamento base del hotel. El conseller de Interior Joan Jané, hacía un primer balance del drama. Se habían movilizado más de 10 hospitales de la zona para poder atender a los heridos. Desde Barcelona y Valencia también contribuyeron poniendo a disposición habitaciones para algunos de los accidentados. Todos los tiburones fuimos a morder el pescado.

Para mí, sin duda, el momento más chocante fue cuando se anunció que 2 de las 13 víctimas mortales no habían podido ser identificadas. Se ve que las chicas cambiaron de autobús en el último momento para llegar a su destino con las nuevas amigas que habían hecho durante la excursión. Ironías del destino. Vas a ver las Fallas, una fiesta típica de Valencia donde se pasan años enteros construyendo ninots para luego quemarlos en un plis, y resulta que lo que acaba con tus 27 años son 3 segundos de mierda que aleatoriamente alguien ha querido que sean los últimos de tu vida.

Todo muy cuidado, perfectamente preparado, como si estuviese todo ensayado. Políticos, autoridades universitarias y expertos en catástrofes desfilaban ante nosotros aportando información en cuentagotas para que fuese difundida a la plebe. La información que teníamos nosotros era la misma que se iba publicando en los medios oficiales. Cuando algún reportero intrépido descubría que ya había llegado el primer coche fúnebre al tanatorio fuimos en masa hasta allí. A los supervivientes no los vimos ni en pintura, pero me imagino que hubiese pasado si los hubieran echado a las fieras: todos como sanguijuelas a la yugular para mostrar el drama y arrancar algún llanto. Eso siempre vende.

17 forenses trabajaban para identificar los 13 cuerpos, lo que me hizo pensar que debería llevar más a menudo el DNI en mi cartera para ahorrar el suplicio a tus familiares de identificarte si mueres por accidente. Pidieron a los supervivientes muestras de ADN de las víctimas: lo que fuera para poder contactar con sus relativos para poderles dar la mala noticia. Servían coleteros con pelos, descripciones de tatuajes o incluso fotografías recientes donde las víctimas posaban ante las fallas. Dos de los forenses al mando del caso son expertos en odontología y identificación de víctimas en catástrofes. Me pregunto qué clase de zumbado sale contento del trabajo después de esta clase de incidentes, y vuelve a casa para jugar con sus niños y mirar la tele.

No ha sido hasta esta mañana que se han conocido las nacionalidades de las víctimas mortales. Saber esta clase de detalles realmente no soluciona el mundo, pero precisamente al mundo le gusta saberlos. 7 italianas, 2 alemanas, 1 rumana, 1 francesa, 1 uzbeka y una austríaca. Algunas familias ya han llegado a España. La mayoría de ellos vinieron sin saber con qué se encontrarían. Me imagino la escena de las madres de algunas de ellas diciéndoles: llámame cuando llegues. Esta llamada nunca llegó.