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Cultură

Beber y emborracharse como un español

Así lo hacemos en España.

Foto de Iñaki Berazaluce

Vas a volver, sabes que va a volver a hacerlo porque necesitas hidratarte por dentro y perder la conciencia. España es más lúcida cuando no piensa ni entiende. La España irracional, la España que bebe para celebrar nacimientos, bodas, funerales y ofertas en el Lidl.

Normalmente las historias se empiezan por el principio pero esta vez voy a empezar por el final. En España el beber tiene una naturaleza circular, es una lucha eterna. No se detiene. Empieza como acaba y acaba como empieza. No os acostumbréis a este tipo de juegos formales porque uno no puede estar siempre tan dedicado a un texto como para jugar a este tipo de mierdas y, además, luego os acostumbráis y cuando volvamos a la "normalidad" empezaréis a llamarme "pseudoperiodista" y todas esas cosas tan ocurrentes que se os pasan por la cabeza cuando tenéis el cerebro hinchado de ira y el dedo índice preparado para apretar "enter" y lanzar el jodido Quijote de los comentarios en el inmenso vacío de internet.

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LA RESACA

Hace calor. Esto es lo primero que percibes. El calor te ha despertado. El calor no es un despertador pero de algún modo SÍ. Es una buena noticia porque esto quiere decir que estás vivo. Estar vivo está bien, sobre todo después de una noche de consumo extremo de alcohol. Tienes los ojos cerrados y aún no sabes si estás en tu cama o en la cama de otra persona. O en un sofá. O puede que estés tirado en la playa o durmiendo en un banco. Puede ser cualquier cosa. Antes de intentar averiguar el dónde intentas recordar el qué. Te duele la cabeza, de hecho te duele tanto que no es una cabeza, es una bolsa llena de todas las enfermedades que existen en este mundo, la "enfermebolsa". Esto es tu cabeza. Sabes que ayer saliste de fiesta, eso es todo. No sabes cuándo volviste, con quién, ni cómo. No tienes ni puta idea de nada. Intentas mover la mano, la cierras como si fueras a coger arena del suelo. Gracias a Dios descubres que estás rodeado de sábanas. "Una casa" piensas, "de putísima madre". Es la primera vez en tres semanas que después de una noche de festejo te despiertas en una casa y no tirado en un portal o en un parque. Ese parque que te encontraste por la noche mientras volvías hacia casa y pensaste "joder, este parque está de pelotas. Voy a sentarme cinco minutos y luego sigo tirando". Esos cinco minutos se convirtieron en una noche entera de dormir al raso. En fin, esta vez no. Esta vez estás en una casa. Abres los ojos y das las gracias a sea quién sea que esté ahí arriba manejando el destino de la gente: estás en tu casa, estás en tu cama. Miras a tu alrededor. Nunca esas paredes manchadas con restos de celo —de ese celo que utilizas para enganchar los posters que decoran tú piso y que hacen que parezca la habitación de un adolescente más que el hogar de un tipo de casi 30 años— te habían parecido tan bellas. Estás vivo, supiste volver. No sabes cómo lo hiciste pero ayer fuiste un profesional. Fuiste un cuerpo sin cerebro que podía moverse e interactuar con el mundo sin morir o matar. No hay nada mejor que esto. A partir de ahora nada puede salir mal.

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LA HORA DEL ARREPENTIMIENTO

Has logrado levantarte e incluso estás de pie frente a la nevera mirando su contenido. No entiendes nada. Tienes que volver a aprenderlo todo. Esa cosa como de cartón es leche. Esos tubos marrones que van de seis en seis son frankfurts. Esa cosa negra era un tomate. ¿Por qué coño tienes un paquete de macarrones dentro de la nevera? Intentas buscar algo comestible, algo que se pueda comer AHORA sin hacer ningún tipo de esfuerzo. Si es un líquido o está triturado mucho mejor, mover la mandíbula ahora mismo sería como tener que volver a hacer esa tesis de mierda titulada "Desesperación y constricción: la crítica cinematográfica durante la modernidad del cine italiano" que hiciste ya no sabes cuándo ni cómo ni por qué. Te decantas por los tubos de carne (AKA frankfurts crudos). Muerdes un extremo y cortas el plástico, aprietas la base de uno de los frankfurts y poco a poco sale por la parte superior. Es la cosa más bella que has visto en semanas. A medida que sale te lo metes en la boca. Harás esto seis veces y luego te volverás a tumbar en la cama. El techo tiene como manchas. Manchas que se mueven. No, no son manchas en el techo, son esas cosas negras que tienes en los ojos. Esas putas "moscas" que percibes de vez en cuando, sobre todo cuando estás resacoso y miras cosas de color claro. "Tengo los ojos tarados y voy a morir" piensas. Pues sí.

El cerebro empieza a funcionar gracias a esos putos frankfurts. El "alimento" llega a tu sangre y los palitos de carne separada mecánicamente se convierte en energía. Energía que sirve para recordar que ayer le dijiste a una amiga tuya que "se viniera a casa a follar que habías cambiado las sábanas y todo". También recuerdas haber hecho la broma de mearte en la barra e insultar al novio de otra amiga tuya que también te querías follar. "A nadie le caes bien así que podrías largarte ahora mismo de aquí y no pasaría nada". En fin, este tipo de cosas. Abres el WhatsApp dispuesto a pedir perdón a los implicados y entonces descubres EL MENSAJE: "Marta, quiero volver a salir contigo". Donde "Marta" es tu exnovia y "volver a salir contigo" la mentira más grande que jamás hayas contado. Tienes que hacer algo con esto de las ganas de follar. Te estás volviendo completamente loco.

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La cosa no termina aquí. No encuentras el DNI, tienes los pantalones como rotos de una forma muy extraña (como si alguien hubiera cogido los bolsillos y los hubiera intentado arrancar de los pantalones quién sabe por qué) y tienes sangre en la camiseta —nunca descubrirás por qué. Cuando te reúnas de nuevo con tus amigos todos van a preguntarte "tío, ¿cómo estás", "joder, menudo pedo llevabas ayer" y cosas de este estilo. Incluso gente desconocida te dirás "ya me contaron que ayer te pusiste bien fino". Esto hará que crezca el arrepentimiento dentro de ti y puede que te plantees calmarte un poco.

DE NUEVO, LA LLAMADA DEL LÍQUIDO

Y aquí es donde todo vuelve a empezar. Las dulces melodías del canto de las sirenas. Nadie puede negarse, ni siquiera alguien que hace menos de cuatro horas estaba absolutamente destrozado por el consumo de alcohol. Lo sabes, joder. Cuando pienso en España lo primero que me viene a la cabeza es un vaso de cubata. Os lo juro. Antes de 2002 —al menos en Cataluña— se podían comprar bebidas alcohólicas con tan solo 16 años. De hecho ha sido este mismo año que en Asturias se han puesto las pilas y la edad mínima se ha incrementado hasta los 18 años. Con esto quiero decir que, joder, estamos muy acostumbrados a esto de vaciar botellas. La narrativa del español tiene una estructura circular. Nos gusta beber. Joder, España está rodeada de mares y océanos, de líquido al fin y al cabo. Somos como un golfo mojado por fuera y mojado por dentro.

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EL EMPLAZAMIENTO NO ES LO IMPORTANTE

Normalmente lo más importante no es el qué, sino el cómo. Al menos esto es lo que se dice de las películas, los discos y los matrimonios. La belleza de la vida depende del punto de vista, el tono y la actitud, al fin y al cabo TODO EL MUNDO HACE LO MISMO. España es distinta y pasa todo lo contrario cuando hablamos de alcohol. Lo menos importante es el cómo, aquí lo que queremos es beber. Danos un bar, un restaurante, el banco de un parque, un supermercado, el interior de un autobús o la salita de espera de un odontólogo, todo nos parecerá bien.

BEBER CON COLEGAS

Esto está bien pero también puede ser un infierno. ¿Cuántas noches has empezado bebiendo con tus colegas y estos han terminado convirtiéndose en tus peores enemigos? A los españoles nos gusta tener razón —aunque sepamos que no la tenemos— y esto puede ser un problema cuando se trata de un debate entre 10 personas. 10 personas ebrias. 10 personas ebrias que no dudaran en ningún momento en utilizar sus puños para defender su punto de vista sobre cualquier tema intrascendente. Amigos al límite, ahí es donde se descubre la amistad real, entre insultos y empujones. Entre vasos rotos y abrazos trasnochados.

BEBER CON NO COLEGAS

Abrazar la noche y el alcohol es abrazar lo desconocido. ¿No os ha pasado nunca eso de estar hablando con vuestros colegas sobre las diferencias cualitativas entre el plomo y el nuevo metal blanco que se utiliza en las figuras de Warhammer y de repente darte cuenta de que estás con unos desconocidos andando por la calle hacia un "garito" llamado "Cairo Lounge"? Esa gente con la que te sinceras y no sabes ni cómo se llaman. Como dicen los Kokoscha: "amigos como azucarillos que endulzan la noche, se disuelven después y no los vuelvo a ver".

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SABER SI ESTÁS BORRACHO

Llega un punto que tienes que parar y analizarte. Saber si estás jodido o no. Esto es muy fácil. No hacen falta tests de alcoholemia ni trucos raros de equilibrio. Mírate los zapatos. Si no están llenos de vómito es que aún te queda para rato.

LOCALIZAR TU BEBIDA LETAL

En España creemos que todo es bebible. Desde el agua o la miel hasta la arena o el amor. Si puede pasar a través de nuestro esófago, bienvenido. El problema es que todos los seres humanos —e incluso los animales— tenemos un cubata que nos noquea. Puede ser el vodka con tónica o esas mierdas dulces como el licor 43 con lo que sea. Es algo del código genético, esta información figura en el ADN. Cuando un niño nace un duende escoge su cubata letal. Es ley de vida. Con esta premisa —y teniendo en cuenta que los españoles (recordad) se lo beben todo— es recomendable saber MUY BIEN cuál es la Kryptonita de cada uno. Ve probando todos los combinados alcohólicos que existan, cuando te despiertes tumbado en un sofá en casa de un tal Mamadou Sogou y este te pregunte dónde está ese sitio que le dijiste ayer —ese sitio que describiste como "El Dorado de los chatarreros"— entonces descubrirás que te has metido en un buen lío por culpa del cubata letal.

LAS MAÑANAS

No aceptar el final. El niño que quiere más pastel y más regalos cuando la fiesta ya está finiquitada. No querer volver a la realidad. No querer volver al trabajo, al piso pequeño y a la nevera vacía. Es normal, se entiende. Se entiende perfectamente que la gente intente alargar la velada, el guateque, hasta las 12 de la noche del domingo. Los españoles siempre apuramos: pagamos a los proveedores a 90 días; no rellenamos el depósito del coche hasta que no nos hemos pimplado buena parte de la reserva; no nos tomamos la pastilla del día después hasta 15 días después de haber tenido que tomar la pastilla del día después y seguimos borrachos —a veces— incluso una hora antes de tener que fichar en la fábrica metalúrgica de la Verneda, un lunes por la mañana. Joder, trabajar borracho, ese sí que es el derecho más fundamental de nuestro pueblo, más que la vivienda o la educación.

PERDERSE

Esto es un clásico nacional. Perderse en la vida y perderse en la borrachera. España no sabe dónde está. ¿Norte? ¿Sur? Quién sabe. Pues de la misma forma te vas de fiesta con una gente y terminas con unos desconocidos. En un coche. Hacia Tarragona. Y no sabes por qué. O puede que te quedes dormido en el metro y no pares de dar vueltas y vueltas y te lo roben todo. El regreso a casa —la nostalgia— siempre es complicado —incluso imposible. Es en esta peripecia que uno puede perderse por completo y nunca volver a ser el mismo. Hay gente que cree haber regresado pero NO lo han hecho. Lo típico de "Miguel se quedó, se bebió media ciudad y se quedó raro".

LA RESACA

El tiempo no existe, es fruto de una necesidad para comprender el mundo que nos rodea. Todo está aquí y ahora, un gerundio constante. Pasado, presente y futuro conviven en la misma masa uniforme que llamamos realidad. Ahora estás tumbado en la cama, destrozado, y sabes que volverá a pasar, una y otra vez. UNA Y OTRA VEZ.