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Television

Baño, masaje y final feliz de Bertín Osborne a José María Aznar

"Mi mejor foto es en las Azores" o cómo hemos llegado a merecernos a Bertín.

"Mi casa es la tuya" siempre arranca con el mismo running gag: el invitado de Bertín Osborne finge que no sabe dónde está la casa del presentador y llama desde el coche para avisar que se ha perdido. Es una escenita absurda y bochornosa que saca los peores recursos interpretativos del famoso de turno. Ayer a José María Aznar no le dio la gana de protagonizar el susodicho gag: el expresidente se saltó el protocolo habitual del programa para ir directo al grano y entrar en la mansión del presentador sin pagar el peaje previo. Toda una declaración de intenciones: "yo aquí he venido a hablar de mi libro, o sea, de mí y de mi biografía intachable como el mejor presidente de gobierno de todos los tiempos, y no he venido a hacer el gilipollas".

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Pero para declaración de intenciones la que vimos en la cocina. Habitualmente los invitados se ponen el delantal y cocinan platos rotundos y especialidades. No sé, unos gnocchis, alguna paella, guisos de todo tipo, incluso sándwiches apetecibles. Aznar se limitó a elaborar una ensalada de la huerta: ni la mejor parodia humorística hubiera sido capaz de plantear una escena más elocuente y simbólica. Todo un síntoma de la actitud distante, austera y funcionarial que mantuvo a lo largo de todo el programa, un auténtico via crucis para cualquier amante de la televisión chispeante, viva y dinámica.

El episodio de ayer se pude analizar desde dos puntos de vista: el político y el televisivo. El primero respondió más o menos a las expectativas: cómodo ante el trato amable y servicial de Bertín Osborne, Aznar demostró tener los tics propios del mandatario megalómano. Es un clarísimo ejemplo de líder político que ha acabado creyéndose todas sus mentiras de tanto repetirlas y moldearlas con el paso del tiempo, y que no tiene el menor reparo en culpar a los demás de todo lo malo que le ha sucedido a él, su familia y el país durante sus años de gobierno.

Lo de ayer fue un auténtico via crucis para cualquier amante de la televisión chispeante, viva y dinámica

Salvando las distancias, ayer era inevitable acordarse de la muy célebre secuencia de "El hundimiento" en la que Hitler delira en el búnker en sus últimas horas de vida ante la mirada estupefacta de colaboradores y allegados. La diferencia es que Bertín Osborne se limitaba a sonreír, hacerse el sorprendido y perfeccionar ese rictus de interés impostado cuando habla con sus invitados: es esa cara de "qué fuerte lo que me estás contando" cuando en realidad el tipo está pensando en el partido de pádel de las 12 y en la comilona posterior en algún asador cercano. No se atrevió a discutirle ni ese acento totalmente mexicanizado que emana de los labios inmóviles del invitado, cada año más cerca que nunca de su guiñol.

Es comprensible la indignación de muchos espectadores ante el cuestionario fácil y favorecedor. Pero conviene recordarles que esto no es nuevo ni sorprendente, que ya llevamos varias temporadas así. Bertín no entrevista. Simplemente propone los temas, los deja caer sin inmutarse, y el invitado suelta su monólogo consciente de que nunca habrá réplica, repregunta, cuestionamientos o reproches. Bertín es como ese empleado que se deja ganar en los partidos de tenis contra el dueño de la empresa: aunque el jefe sabe a la perfección que no le están apretando, este se viene arriba igualmente con cada golpe ganador.

Y Aznar acabó crecidísimo viendo cómo su entrevistador no le devolvía ni una miserable volea. Con un par de huevos se atribuyó el mérito de la liberación de Ortega Lara en un relato que parecía extraído de las mejores temporadas de "24". Rememoró sus debates televisados con Felipe González con los aires de superioridad de un futbolista retirado que revisa sus mejores conquistas. "El primer debate lo gané y le dije a los míos: 'Creíais que lo iba a perder, ¡cabrones!". Despachó a Pablo Iglesias sin inmutarse: " No me gustan su ideas ni cómo lo expresa. Espero que esos principios de populismo y radicalismo terminen desapareciendo porque no nos llevan a ningún sitio". Y con Rajoy se mostró tan paternalista que incluso llegó a parecer humillante en su manera de referirse al actual presidente: "Le hice cinco veces ministro y siempre hemos tenido una relación normal. Yo lo traje desde Galicia a Madrid y le di responsabilidades. Otra cosa distinta es que me guste todo lo que hace".

Y cuando la cita íntima ya estaba alcanzando el clímax, el expresidente empezó a gustarse más de la cuenta rememorando a su antojo y gusto el 11M y la foto de las Azores. A Bertín le estaban cambiando la historia de España delante de sus narices, pero qué más da: la misión de darle un enfoque más cercano e íntimo de Aznar ya estaba encarrilada. Ni un arrepentimiento, ni un solo matiz, ni una mínima señal de autocrítica: la franquicia de servicios de limpieza Mi casa es la tuya S.A. volvió a hacer bien su trabajo. El cliente siempre satisfecho.

El problema añadido de este homenaje encubierto es que además fue uno de los muermos televisivos más demenciales que somos capaces de recordar. Tres horas de otra época: desconozco si los editores y montadores estaban en huelga, pero el ritmo del programa de ayer podría poner en jaque la industria farmacéutica dedicada a los somníferos y los tranquilizantes. Sopor, tono fúnebre, solemnidad y aburrimiento desesperante. En algunos momentos incluso llegamos a sentir ese gustito de presiesta estival saboreando una etapa intrascendente del Tour de Francia, tan solo faltaba el ruido de fondo de un helicóptero. En un momento en que el prime time se desvive por ofrecer productos inmediatos, trepidantes, ruidosos y ágiles, Bertín Osborne se sacó de la manga arte y ensayo a la vieja usanza: gracias a los amigos de "Mi casa es la tuya" por conseguir que ahora Theo Angelopoulos nos parezca el alma gemela de Roland Emerich o Michael Bay.