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Identidad

“Quiero ser monja” llega a Cuatro: las monjas son las nuevas tronistas

Lo más sorprendente de "Quiero ser monja" es que va muy en serio.

Imagen vía Twitter

Lo más sorprendente de "Quiero ser monja" es que va muy en serio. Es decir: es un programa que da miedo y pavor, que prefiere jugar desde la rigurosidad y solemnidad para crear un efecto de estupor y desconcierto en el espectador. Creo que no soy el único al que esta nueva propuesta de Cuatro estrenada ayer le dejó absolutamente en fuera de juego. Estaba convencido que me encontraría con otro juguete de post-humor televisivo, sobre todo teniendo en cuenta que detrás de todo están los mismos responsables de títulos poco sospechosos como "Adán y Eva", y me topé con un producto mucho más sibilino y contenido que no provoca ni busca deliberadamente la gracia, más bien todo lo contrario.

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Lógicamente, "Quiero ser monja" ayer fue trend topic en Twitter y se convirtió en uno de los programas más comentados del fin de semana. La mecánica del programa es sencilla y directa, pero supone una fuente inagotable de tuits de sorpresa, cachondeo y fascinación: cinco chicas, de entre 20 y 25 años, sienten la llamada de Dios y acceden a entrar en un convento de monjas para descubrir si la fe en ellas es tan fuerte y poderosa como creen en este momento. Una vez ahí, y como si se tratara de "Supervivientes", las elegidas tendrán que someterse a la disciplina y las exigencias de las monjas de la orden. Madrugones a las 6 de la mañana, confiscación de móviles, outfits de beata, canciones en grupo, actividades sociales… Todo ello sin un ápice de ironía, tratado con toda la seriedad que puede permitir el formato.

Imagen vía Twitter

Sus creadores han atinado en la elección de las protagonistas. Juleysi, por ejemplo, es una mina: asegura que a los 12 años ya tuvo su primer acto de fe, pero eso no ha impedido que durante tres años se haya estado cepillando a su novio y devorando series de anime. Difícil decir si el novio es un héroe o un pobre desgraciado, pero está claro que hoy no habrá tenido un día fácil en su trabajo o en clase: a ver quien es el guapo que saluda al tipo y hace ver que no ha pasado nada, a saber cómo abordas el peliagudo asunto de decirle que ayer viste en la tele cómo su novia lo dejaba tirado para irse a un convento con otras cuatro iluminadas. Ánimo, Alberto, estamos contigo.

Las hermanas Capdevila son otro acierto clarísimo del equipo de casting. Ves claro que hay una que está ahí porque se lo cree de verdad, Jaqui, y otra que se lo toma como un pasatiempo cualquiera, Janet. Vamos, que podría estar ahí como podría estar en un campamento de verano o en un encuentro de boy scouts. Y cuando te presentan a su madre, una suerte de gurú de las medicinas alternativas con un discurso muy particular, todo acaba cobrando pleno sentido. Pero cuando digo que el programa va en serio es por gente como Fernanda: cuando escuchas a esta chica, una ex fiestera con ganas de redención, la mayor de las cinco candidatas, te das cuenta que sí, que es real, que la convicción y el poso están ahí bien visibles, como recordándole a la audiencia que ya podemos cachondearnos todo lo que queramos de "Quiero ser monja", pero la cosa sigue su curso dispuesta a dejarnos con cara de idiota.

Con este panorama, se entiende e incluso se aplaude la decisión de los creadores de darle al programa ese tono de seriedad. La renuncia a una post-producción jocosa, a una guionización orientada al pitorreo y a un casting más sobreactuado y ficcional, en la línea de otros referentes como "¿Quién quiere casarse con mi hijo?", seguramente es la mejor decisión de "Quiero ser monja". Porque cuanto más austera, parca y creíble es su apuesta más efecto de shock produce en el espectador. Si fuera un espacio humorístico y viviera de la ironía de brocha gorda en dos capítulos ya nos habríamos cansado. Seguramente tendría mucha gracia el estreno y algunas situaciones cómicas de inicio, pero su vida sería corta y muy fugaz. Por el contrario, esta sensación de trascendencia y respeto con el que se trata el tema consigue que desde casa queramos descubrir más cosas, constatar hasta qué punto puede llegar la convicción espiritual de sus protagonistas, ponerle límites a esta película de terror con piel de reality amable.

Y luego está el golpe de efecto. Estamos habituados al hecho de que los participantes de realities y programas de la línea que trabaja Cuatro sean personajes sospechosos ya de entrada. Gente sin vocación, sin oficio ni intereses que se mete en la tele para ganar dinero y celebridad rápida. Vagos, maleantes y purria de muy diverso pelaje que ya asociamos sin titubear a la nueva televisión que surge en España. Aquí, en cambio, se busca todo lo contrario: chicas sin problemas familiares, estudiantes, con un fondo en apariencia limpio, que supuestamente acuden a la tele para encontrar a Dios, no para conseguir bolos. Es un ejercicio de perversión brillante que se convertirá en una obra maestra cuando alguna de ellas salga del convento una vez finalizado el programa y lo primero que haga sea visitar la redacción de Interviú. A mí que las tronistas del futuro sean ex candidatas a monja me parece una absoluta genialidad.

Está claro que la productora se toma algunas licencias y guiños irónicos, como por ejemplo poner la banda sonora de "28 Días después" de fondo mientras hablan las monjas, o sacarle máximo provecho a escenas de indudable delirio, como cuando Jaqui se pone cantar "Hallelujah" dentro de una gruta milagrosa del convento. Pero son pinceladas casi inapreciables, pequeños detalles que quizás pasen desapercibidos para el gran público y que nos recuerdan dónde estamos y qué estamos viendo, ligeras concesiones post-modernas para que nos quede claro que los guionistas y realizadores se toman el programa en serio para dejarnos totalmente KO. Lo consiguen.