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Trípoli: Ramadán entre disparos y fantoches

Cuando vas a cubrir una revolución, o vas motivado o mejor te quedas en casa viéndola por Al Jazeera. Digo esto porque me dio el bajón nada más llegar al aeropuerto de Túnez capital: éramos legión. Los periodistas, digo. Desde que los rebeldes libios pisaron Trípoli hace unos días, esa ciudad es el lugar en el que hacer una transmisión en vivo de radio o TV y contar como vivimos la guerra es lo que más vende este verano.

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Para llegar hasta allí hay que volar primero a Túnez y cruzar la frontera, después atravesar el país de norte a sur, y de oeste a este. Las oficinas cerradas de la Libyan Airways en Cartago (el aeropuerto de Túnez capital) me hicieron entrar en ambiente, pero el paquetón de idiotas a mi alrededor con cámaras, trípodes y más bolsillos en la ropa que los que mataron a Bin Laden, me hicieron dudar de si seguir para Libia o devolverme a casa y cubrir un concurso de perros Pastor Alemán.

Como era de esperarse, me volví a topar a mis “colegas” en la frontera con Libia y, por supuesto, en Nalut, el primer pueblo habitado (el anterior está en ruinas) al otro lado. Yo ya había estado por aquí antes y solo, por lo que me jodió sobremanera la prepotencia de mis “colegas”.

“Pregúntale al barbudo ese a ver por cuánto nos lleva a Trípoli”, le oí decir un cretino francés a una compañera a la que trataba como si fuera su chacha.

“¿Sabes dónde estamos en el mapa?”, me preguntaba un “colega” ibérico. Le dije que sacara el suyo para explicárselo, pero resultó que ni siquiera llevaba uno.

“Joder, tengo que entrar en directo a las nueve y todavía estamos aquí. ¿Cuánto has dicho que se tarda hasta Trípoli?”. Y así, una tras otra.

La tarifa base para el viaje de tres horas estaba en 500 dólares, y eso era lo único que les importaba a la mayoría. A los locales los habían bombardeado durante cinco meses, y casi todos los días. Para mis “colegas”, sin embargo, Kemal, Muhamed, Juma Khan, etc, no eran más que “negros que nos ayudan con la logística”. La mayoría de los periodistas vienen durante una semana, luego se largrn y nadie se acuerda de los libios, como tampoco nadie parece acordarse ya de los iraquíes, los afganos… En realidad es difícil acordarse de alguien a quien ni siquiera has conocido.

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Me acuerdo de aquel grupo de italianos que embarcaron de noche hacia Trípoli. Todavía los veo entrar al coche. Al día siguiente nos enteramos por la CNN de que los habían secuestrado en el camino, cerca de Zawiya. Leímos sus nombres y apellidos, y los medios para los que trabajan, pero no el del conductor. Fue el único que murió de los cinco, pero ni eso le daba derecho a tener su nombre impreso en una página web. Lo dicho, “negros que nos ayudan con la logística”…

Probablemente sabrán que el Ramadán cae en agosto de este año, aunque no sé si tienen una idea de lo que es pasarse un día entero sin comer ni beber nada bajo la canícula Libia. Los que fuman dicen que lo peor es no echar el pitillo hasta que se pone el sol. Probablemente sea verdad.

Al anochecer, la Media Luna Roja sirve una comida gratis a todo aquel que se acerca a la plaza de Nalut tras la puesta de sol: pasta, una sopa de garbanzos y arroz, ensalada, un pimiento, una papa frita, dos pastelitos industriales y una pera. No acabo de adivinar cuál es el orden correcto a la hora de comerme todo esto pero todavía no he dejado nada en el plato.

Entre las historias que he hecho estos días está la de un curioso “aeropuerto” en las montañas. Fácil: paran el tráfico y, de repente, aterriza un cacharro sobre una carretera a mitad del desierto. El viernes mismo bajaba por la escalerilla parte del Consejo Nacional de Transición, la autoridad rebelde que ha recibido el reconocimiento de varios países en cascada durante las últimas semanas. Esos son los que van a mandar en la Libia post-Gaddafi, o sea, ya.

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Precisamente, los que se subían después al avión eran una cuadrilla de desgraciados que habían caído presos en la infame cárcel de Abu Salim. Entre ellos, una cuadrilla de egipcios que fueron liberados la semana pasada) cuando la OTAN bombardeó el lugar. Gaddafi los había metido en la cárcel en marzo. Decían que habían estado hacinados en una celda hasta el punto de tener que dormir sentados el uno junto al otro. Por supuesto, sucedieron las torturas a base de “alicatado” de uñas, electrodos y cigarros apagados en la espalda (me enseñaron las marcas).

A algunos les habían obligado a confesar en la televisión libia que eran mercenarios a sueldo de los rebeldes, o incluso que habían arrancado el corazón de un soldado de Gaddafi. Si quieres más detalles, de todo este asunto, puedes leer la estremecedora historia que me contó Ayman. Varios de estos egipcios tomaron el avión del que acababan de bajar los rebeldes VIP camino de Trípoli. Algunos se despedían haciendo el signo de la victoria tras haber sido atrapados en el fuego cruzado.

Escribo estas líneas desde el hotel Corintia, un hospedaje de lujo sobre la playa, y muy céntrico. No obstante, este hotel regentado por un gadgafista (ahora “ex gadgafista”) está desbordado. El sobre cupo es total por el flujo de periodistas del que les hablaba al principio. Las habitaciones con vistas al puerto de la ciudad cuestan 220 euros, pero la gente duerme de cinco en cinco y sale más barato. Eso los que pueden porque, lo que es el camarada Pradilla y yo nos vamos a unir un grupo que se ha acampado en plan 15-M sobre el piso 26.

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No tengo inconveniente en dormir en el suelo, pero los cortes de luz son constantes y me horroriza la idea pasarme un par de horas encerrado en el ascensor con un equipo de TV chorreante bajo su vestido de kevlar. Además, tampoco hay agua para ducharse, ni comida. Pero lo peor es que hace dos días que se me acabó el chorizo ibérico que me traje para el Ramadán. Justo a mi lado hay dos húngaros a punto de ventilarse un plato de sardinas en lata con Doritos… me temo que vamos a tener que experimentar con innovadoras y revolucionarias combinaciones gastronómicas durante esta estancia en Trípoli.

En estos momentos conviene recordarse a uno mismo que la cuadrilla de monos que nos hemos juntado aquí con nuestras lap tops pasaremos privaciones durante unos días, pero que esta gente se quedará como está, o peor, cuando nos vayamos.

Apenas me ha dado tiempo para darme una vuelta por el centro. La basura ya se empieza a amontonar, como sucede en todas las capitales en guerra. Se escuchan ráfagas de armamento ligero y pesado casi continuamente, aunque creo que es más para celebrar que han tomado Gaddafistán que otra cosa.

Seguiremos informando.

Texto y fotos por KARLOS ZURUTUZA