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Los obreros bangladesíes se están sublevando y quemando las fábricas

Un total de 200.000 trabajadores están participando en las protestas, huelgas y disturbios en Bangladesh. Piden un aumento del salario mínimo y tienen cerradas más de 400 fábricas en Dhaka, la capital, y sus alrededores.

(imagen vía)

La página principal de la web del Daily Star de Bangladés dice ahora, "Los trabajadores del RMG, locos de furia"; las siglas RMG responden a Ready-Made Garment, la industria local de prendas listas para vestir. El titular puede sonar curioso a los oídos occidentales, pero “locos fe furia” es una descripción totalmente inadecuada del estado de los obreros, cuyas protestas reclamando un aumento del salario mínimo han cerrado hasta ahora más de 400 fábricas en la capital, Dhaka, y sus cercanías. Los medios internacionales están cubriendo las protestas como nunca lo habían hecho en anteriores y similares levantamientos para exigir un aumento del salario mínimo; los sucesos de los últimos años, entre los que se incluyen el arresto y asesinato de líderes obreros, el gigantesco incendio de la fábrica de Tazreen Fashions en Ashulia, en los alrededores de Dhaka, y el hundimiento del complejo Rana Plaza, en el que murieron más de mil trabajadores, han convertido las deficientes protecciones laborales, los bajos salarios y las peligrosas condiciones existentes en las fábricas textiles de Bangladés, en una historia de alcance internacional que –a diferencia de muchos de los trabajadores que sufren como resultado de los pésimos estándares laborales– se resiste a desaparecer.

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Al menos 200.000 personas parecen estar participando en las actuales huelgas, protestas y motines, según agentes de la policía local. Reclaman un salario mínimo mensual de 8.000 taka, la moneda bangladesí, que equivalen aproximadamente a unos 74 euros; un importante incremento respecto al salario mínimo que actualmente predomina en el país, que es de unos 27 euros. Los obreros han atacado al menos un cuartel de policía –haciéndose con rifles de asalto–, quemado coches y causado daños en diez fábricas, como mínimo. Los medios occidentales han estado informando de los sucesos tal como se presentan en su superficie: como una, quizá lamentable, pero razonable rebelión comandada por los obreros contra los abusos y los sueldos bajos.

Sin embargo, es posible que esto sea cierto sólo en parte. En Bangladés, el malestar entre los obreros sólo en ocasiones son los obreros quienes lo provocan. Como VICE ya ha informado previamente, anteriores protestas y tumultos a causa del salario mínimo en fábricas amparadas por el grupo Nassa, un gran proveedor bangladesí de compañías como Walmart, fueron probablemente instigados y con toda seguridad condonados por el Servicio de Seguridad e Inteligencia Nacional. Durante un viaje a Bangladés que hice a comienzos de año, un activista me contó lo siguiente: "Entraban hombres en las fábricas y empezaban a destruir las máquinas, y entonces los trabajadores decían, 'oh, una rebelión'. ¡Pero no tenían ni idea de qué iba nada de todo aquello!"

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Bangladés posee una especial historia y cultura de violencia en grupo, una que políticos, agentes de seguridad y líderes industriales utilizan en ocasiones para cubrir juegos políticos y económicos de alto nivel. “Puedes enviar a dos matones de tu partido político”, nos explicó un analista, “y pon que uno agarra un palo y destroza un coche. Entonces, de repente, son 20 las personas haciendo lo mismo. ¡Lo haces en diez vecindarios y ya tienes un motín! Y entonces destituyes al jefe de policía porque es incapaz de controlar la zona”. En el caso de estos últimos disturbios por el salario mínimo, las protestas y la violencia se han usado como tapadera del arresto de varios destacados líderes laborales; uno de ellos fue asesinado, y las acusaciones contra los otros siguen pendientes de ser pronunciadas.

No resulta fácil decir ahora quién o qué instigó las protestas en curso, pero resulta sorprendente que los medios occidentales, a tan avanzada fecha, declinen incluso especular al respecto. Los bangladesíes no parecen albergar dudas de que detrás de las últimas protestas hay un juego de alto nivel. Por el momento, la explicación consiste en una verdaderamente extraña (para un extranjero) maquinación por parte de Shajahan Khan, el Ministro de Transportes Marítimos del gobierno; un tipo bigotudo y bravucón al que se ha acusado de fomentar la violencia para ganar apoyo de cara a las próximas elecciones. Shajahan ha declarado que su implicación en las reivindicaciones de los obreros se debe a que el Ministro de Trabajo, que es quien tiene las competencias del asunto, se encontraba fuera del país. Después resultó que el Ministro de Trabajo sólo llevaba fuera del país desde el día anterior, e incluso se encontraba en Kolkata. Es como si alguien dijera que había que asumir el cargo de Secretario de Estado porque John Kerry estaba en Winnipeg.

Algunos líderes laborales –ellos mismos de dudosa credibilidad– acusan a Shajahan de haber organizado la manifestación que prendió la mecha de los disturbios con perfectamente calculada antelación a una reunión entre la junta de ejecutivos del comercio, funcionarios del gobierno y activistas por los derechos de los trabajadores, para fijar un salario mínimo y decidir un incremento. “No había razón para hacer una manifestación mientras una junta independiente estaba trabajando para fijar el salario de los obreros. Se convocó la manifestación por consejo del Ministro”, le contó un líder laboral al Daily Star. Se tardará algún tiempo en alcanzar una solución. Siempre se alcanza, cuando estás tratando con la industria textil bangladesí. Las protestas parecen naturales, pero cuesta creer que ese sea el caso; resulta improbable que activistas de base y auténticos líderes laborales puedan haber pensado que era posible que la mencionada junta aumentara el salario mínimo hasta los 8.000 taka. Sería justo que los salarios llegaran a ese mínimo, pero la economía global dista mucho de ser justa, e incluso observadores que simpatizan con la causa tendrían que preguntarse si la economía de Bangladés sufriría el rechazo de los compradores de sus prendas, y finalmente un colapso total, si los salarios subieran tanto en tan poco tiempo. Pero quién sabe si acabará siendo así. Este negocio ha sido noticia durante largo tiempo por no tener casi nunca sentido.

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