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ESPAÑA

Qué haría estallar otra guerra civil en España

Cómo podría estallar una guerra civil en España
CS
ilustración de Carla Sánchez

Desde la primera legislatura de Zapatero, en el lejano 2004, los profetas del TDT Party (como se les llamaba entonces, fusionando el Tea Party paleoconservador de los EEUU, con las tertulias radiotelevisivas de la nueva derecha) llevan anunciando una nueva Guerra Civil en este país. Resulta cómico imaginarse al ordinario Rubalcaba y al maestro confuciano Rajoy en la figura de generales y comandantes.

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Esos tiempos parecen ridículos quince años después, tras una crisis económica desastrosa, los penosos tiempos de la austeridad, el ascenso y caída de Podemos, la rebelión catalana y el reciente revival de la extrema derecha.

Con la nueva incorporación de VOX, parece que esos personajes estridentes de principio de siglo han conseguido un portavoz institucional que les representa.

En España hemos sufrido una de las guerras civiles más brutales de la historia, donde se experimentó por primera vez con tácticas como el bombardeo indiscriminado de la población civil o el exterminio de la oposición política tras la guerra.


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Curiosamente, el revisionismo que encuentra hoy cobijo en VOX responsabiliza al “radicalismo” republicano y de sus partidos de izquierda de provocar el conflicto. El consenso historiográfico, sin embargo, entronca el fracasado Golpe de Estado con la larga tradición de las oligarquías económicas españolas de prevenir cualquier cambio en una dirección redistributiva. La combinación con un contexto internacional polarizado por la aparición del fascismo y su expansionismo impune, inclinó la balanza en favor de los militares sublevados.

En cualquier caso, el objetivo de este artículo es política-ficción de otro tipo, una que se estila mucho en otros países, pero aquí solo se encuentra en las oscuras esquinas de la derecha postfranquista. En tiempos modernos, el libro de Philip K. Dick The Man in the High Castle, por ejemplo, relata un mundo donde se produjo una invasión nazi exitosa de los EEUU.

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Pero esto no es solo un ejercicio literario, sino que se trata de una mirada a un futuro basado en el presente. Aunque se suele ridiculizar mucho la capacidad predictiva de economistas y politólogos, el valor de las conjeturas nos sirve para entender el presente. ¿Qué desarrollos son preocupantes? ¿Qué riesgos inesperados podrían precipitar la catástrofe?

Un último aviso, necesario: el autor de este artículo ni desea ni aprueba la violencia que describe (tanto real como ficticia). En estos tiempos de represión virtual, no está de más prevenir.

Fase 0: La historia de dos conflictos

La mejor forma de desarrollar la ficción es comenzar por los dos conflictos que se viven más intensamente en nuestro país: el territorial, y el de clase.

El primero es aparentemente el más visible. Efectivamente, hoy está centrado en Cataluña, pero no se trata solo del actual movimiento independentista.

Estamos hablando de la construcción del país en su conjunto, que presenta multitud de desigualdades. Para empezar, la Ley Electoral establece una desigualdad efectiva entre regiones rurales y regiones urbanas. Esto fue un intento exitoso de frenar el ascenso de la izquierda durante la Transición a la democracia. El acceso desigual al reconocimiento de las Autonomías, el cupo vasco, el centralismo en las infraestructuras e inversiones del Estado…

"El conflicto evidente más visible hoy en día está centrado en Cataluña"

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Todo ello es material suficiente para generar ciclos de tensiones territoriales más intensos que la última media hora de una partida de Monopoly.

Por supuesto que el movimiento catalán, como el vasco, el gallego y el de todas las nacionalidades históricas tiene raíces culturales. Y bien hondas: desde el inicio de la era contemporánea, injusticias identitarias como la prohibición de hablar la lengua propia se han combinado con los agravios económicos.

La narrativa de los años 30 está tan manoseada que es difícil acordarse de la multitud de cuestiones que hoy llamaríamos “de identidad” que giraron alrededor del conflicto. Para los más puristas y puretas se trató de una guerra de clase contra clase, pero factores como el laicismo, el republicanismo y sus respuestas conservadoras denotan la variedad de combinaciones posibles.

¡Sí, también había posmos en el 36!

El conflicto de clase, el segundo eje, es el más invisible pero paradójicamente el más incontestable atendiendo a las cifras. Según Oxfam, cuatro de cada cinco dólares generados en 2017 fueron a parar al 1%. En España, desde 2008 ha aumentado el índice de personas en riesgo de exclusión del 23,5% hasta el 27,9%: 13 millones de personas.

Aun con todo, esas cabezas absorbidas por el relato neoliberal nos hacen pensar en piquetes violentos cuando oímos “lucha de clases”. Pero esta pobreza es el resultado de que una clase vaya ganando mientras a otra le van quitando las migajas.

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En realidad, la lucha de clases es el pan de cada día en los despachos de la Castellana y las cumbres internacionales. Lo que pasa es que en lugar de cócteles molotov se utilizan bolígrafos que firman contratos y apretones de manos que sellan alianzas. La contraparte son los hospitales que cierran, los trabajadores que van a la calle y las empresas que siguen cargándose la naturaleza impunemente. Todo ello tiene un efecto en la redistribución de la riqueza, hacia arriba.

Todos tenemos imágenes mentales que simbolizan el conflicto territorial y de clase: desahucios, protestas, cortes de carretera, cargas policiales, prisión, trifulcas callejeras, discursos apasionados, exilios forzosos… Ahora solo hay que ponerlas a mil revoluciones para imaginar un conflicto civil. Empecemos.

Fase 1: Desobediencia civil masiva

Ejemplos de desobediencia civil no han faltado en los últimos años. El 15M inauguró una fase de protestas callejeras, como las Marchas de la Dignidad o Rodea el Congreso, que reavivaron el repertorio tradicional de huelgas y manifestaciones. Sin duda, el ejemplo más espectacular fue el referéndum frustrado del 1 de octubre de 2017, donde el gobierno catalán y el central se enfrentaron en una lucha de legitimidades.

El último momento similar dentro de la democracia actual lo encontramos en los años 70. Como relata Emmanuel Rodríguez en Por qué fracasó la democracia en España, la Transición estuvo marcada por una participación masiva de obreros de todo el país en asambleas, huelgas, grupos, asociaciones…

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Ahora imaginemos otra crisis económica global que imposibilitase (todavía más) tener una vida digna. No sería descabellado pensar en un retorno de esta movilización total de los trabajadores y las clases más humildes de la sociedad, quizá impulsada ahora por nuevos movimientos.

"Todos tenemos imágenes mentales que simbolizan el conflicto territorial y de clase: desahucios, protestas, cortes de carretera, cargas policiales, prisión, trifulcas callejeras, discursos apasionados, exilios forzosos… Ahora solo hay que ponerlas a mil revoluciones para imaginar un conflicto civil"

Justo en los 70 se empezó a entender mucho mejor la “fábrica social”: el trabajo invisible de las mujeres que mantenía el resto del trabajo visible y remunerado. Hoy, el renovado movimiento feminista ha demostrado estar hasta los ovarios de la situación subordinada que las mujeres ocupan; marcadas por la violencia física y económica. La movilización del 8 de marzo de 2018 fue todo un éxito.

Igualmente, esta primavera los pensionistas demostraron gran capacidad de organización. La recuperación del empleo ha aumentado la afiliación sindical; pero las condiciones no han mejorado. Esto puede acelerar las reivindicaciones laborales. Y es factible que en algún momento estas luchas convergiesen: ya fuese dentro de la estructura actual de Unidos Podemos (está permitido soñar), o en una nueva organización.

La otra alternativa o incluso una añadida a este frente unido implicaría una persecución seria de la vía unilateral a la independencia en Cataluña. Sí, es muy poco probable. Pero los líderes catalanes han llegado a apelar a “vías eslovenas” y hemos visto como ciertos sectores profesionales organizados, como bomberos o estibadores, realizaron acciones muy efectivas durante las movilizaciones de otoño del año pasado.

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En cualquier caso, el factor necesario sería una escalada creciente de las movilizaciones.

Podemos imaginar algo parecido a la insurrección de los gilets jaunes franceses, pero sumado a colectivos organizados más o menos permanentes. Es decir, la creación de una suerte de “sociedad paralela” como la de los socialistas de principios del siglo XX: cooperativas, ateneos, medios de comunicación, escuelas…

Algunas pinceladas de este entramado se pueden ver hoy, por ejemplo, en los diferentes Centros Sociales Ocupados Autogestionados (CSOA) repartidos por todo el país. ¡Las noches veganas que organizan los okupas de tu barrio son un comienzo!

La derechización del Partido Popular, Ciudadanos y su acercamiento a VOX podrían propiciar también la unidad de la izquierda. Hasta hace nada, la extrema derecha se reducía a grupúsculos filofascistas o nostálgicos del régimen. Hoy se han puesto traje y concurren a las elecciones.

"La extrema derecha parlamentaria y la callejera podrían propiciar una situación de tensión parecida a los 'años de plomo', con grupos armados atentando en las calles"

Es posible que una mayor combatividad de la izquierda también alimentase sus filas o motivase el apoyo creciente de intereses económicos a su causa. No olvidemos a Josep Oliu, Presidente del Banco Sabadell, que pedía en 2014 el surgimiento de “un Podemos de derechas”. Finalmente, y aunque no tienen la influencia de antaño, la Iglesia y la monarquía podrían señalar y posicionarse en contra de estas izquierdas más o menos unificadas.

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Para estas fuerzas, sería sencillo invocar los fantasmas de ETA y la “kale borroka” Sin embargo, no se puede olvidar que ha existido también una derecha armada fuera del Estado que buscó intimidar a los progresistas desde el comienzo de la democracia.

La muy olvidada “Batalla de València” implicó un nivel de intimidación de tal nivel (desde amenazas hasta directamente atentados con bomba) que logró reorientar la construcción del Estado Autonómico. Apoyados en medidas como la ilegalización de “partidos que alienten la violencia” (en otras palabras, los contrarios al orden conservador), la extrema derecha parlamentaria y la callejera podrían propiciar una situación de tensión parecida a los “años de plomo” italianos, cuando grupos terroristas de derechas e izquierdas atentaban constantemente.

Fase 2: Camino hacia el Espexit

Aquí entramos en un terreno totalmente hipotético. Lo descrito hasta ahora, el refuerzo de las dinámicas actuales hasta crear dos campos políticos diferenciados y unificados, tiene cierta credibilidad.

Pero esta fase de la escalada es muy improbable, por lo menos a día de hoy. Implicaría el aislamiento internacional total del país; vamos, que ni las despedidas de soltero británicas quisieran acercarse.

Esto es porque hay un factor clave que no existía en los 30 y está presente hoy: la Unión Europea. Este articulista piensa que, en las condiciones actuales, un conflicto abierto sería imposible dentro de la UE (y, en menor medida, la OTAN). Primero, porque eso hace que tanto las fuerzas de seguridad como las militares participen en organizaciones internacionales que respetan las mínimas reglas de juego democráticas (¡al menos eso nos hacen creer!).

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Vamos, no participar en política; lo que ha sido el hobby principal de los generales desde que alcanzase el poder Isabel II, la “Reina Victoria” de AliExpress.

En segundo lugar, porque sabemos que a la Comisión y a los otros países no les gusta el conflicto interno. Por supuesto que la OTAN y la UE han participado militarmente en conflictos externos (activamente y de forma encubierta), pero fuera de las fronteras europeas.

Más que deberse a una característica especial de ambas organizaciones, la paz se mantendría porque ni a los Estados Unidos ni a los países vecinos les interesaría un conflicto en su lado sur, bordeando al continente africano. ¡Ni aunque fuese por la cantidad de alemanes y británicos jubilados que han hecho de nuestras costas sus paraísos particulares!

En el pasado, los EEUU han intervenido, por ejemplo, para evitar el enfrentamiento entre Grecia y Turquía, ambos miembros de la alianza atlántica. Lo mismo pasaría en un conflicto interno.

Sin embargo, fuera de este paraguas las reglas cambian totalmente. La situación podría asemejarse más al conflicto yugoslavo o la actual Ucrania, donde fuerzas de “origen desconocido” (mercenarios rusos, fuerzas especiales occidentales, milicias locales) se enfrentan por el control del este del país).

"Sin restricciones supranacionales, se abriría una ventana de oportunidad para el caos. Las posibilidades de un conflicto abierto se dispararían"

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Habría dos detonantes potenciales. El primero, el ascenso al poder de una izquierda euroescéptica. Sería como una repetición de la jugada Tsipras, pero sin hacer totalmente lo contrario a lo que el pueblo ha votado. Es decir, una negociación con la UE que llevase a la salida del euro y, posiblemente, de la Unión: con todos los “castigos” que eso implicaría, ya que Juncker y compañía no dejarían al país irse de rositas.

La opción alternativa en este universo alternativo sería un recrudecimiento tal de la cuestión catalana que, unido al fracaso de un discurso plurinacional, llevase a la extrema derecha al poder. Sin banalizar la represión actual, digamos que la respuesta de este gobierno dejaría a Putin o a Erdogan como unos aficionados. Esto sería inaceptable para el consenso europeo, que iniciaría los trámites para expulsar a España de la Unión y aislarla política y económicamente. Un poco lo que pasó con algunos países norteafricanos tras las revueltas de 2011, pero esta vez en la orilla norte del Mediterráneo.

Ya sin restricciones supranacionales, se abriría una ventana de oportunidad para el caos. Las posibilidades de un conflicto abierto se dispararían.

Fase 3: La caída del orden constitucional

Ahora ya estamos en el nivel bonus: cualquier cosa que suceda aquí es totalmente impredecible y muy poco probable.

Pensemos que la degradación de la política institucional ha llegado a tal punto que el Parlamento es disfuncional. Hay dos grandes bloques que se niegan la legitimidad mutuamente. En el tablero autonómico, hay un puzle de alianzas y enfrentamientos.

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Hay un momento que la violencia política se normaliza. Como sucedió en muchos países latinoamericanos en los años 60 y 70, de “guerra sucia”, fuerzas paramilitares comienzan a “hacer desaparecer” a activistas políticos.

Las Organizaciones No Gubernamentales empiezan a denunciar la muerte misteriosa de periodistas. La ONU alerta del rápido descenso de todos los indicadores relevantes.


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Aparecerían personajes nuevos: quizá, un alcalde que decidiese montar algún tipo de patrulla privada, que acaba en batalla campal. Presidentes autonómicos con ínfulas de pequeño dictador, aprueban leyes anticonstitucionales que ni el Estado ni los jueces son capaces de detener. Viejos movimientos, como el neofascismo callejero, son cada vez más asertivos. La izquierda se defiende, mostrando músculo en la calle y utilizando sus organizaciones para enfrentarse cuerpo a cuerpo con la extrema derecha.

El aislamiento internacional intensifica el desastre económico. Inversores extranjeros buscan sacar el máximo provecho de esta situación de debilidad.

Pronto, comienzan a apostar por “caballos ganadores”: financian partidos y líderes políticos que puedan plegarse a sus intereses. Como en el 1936, algunos lo tienen claro: una guerra puede acabar con todo esto.

Algunos medios financiados con este dinero comienzan a difundir soflamas incendiarias, como sucedió antes del genocidio en Ruanda. Las redes sociales multiplican y aceleran estos conflictos.

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"La opción centrista ya no convence a nadie. Solo quedan la izquierda y la derecha: la campaña es de absoluto desprecio al contrario"

Al haber abandonado el mundo bipolar de la Guerra Fría, los candidatos para este tipo de influencias serían muchos. Se sabe que Putin tiene simpatía por gran parte de la extrema derecha en Europa y Norteamérica. Es posible que los países europeos apoyasen algún tipo de alianza “de centro”, que en estas circunstancias sería una minoría. Mientras, la izquierda recibiría, como mínimo, apoyo propagandístico (o de otro tipo) de países como Cuba o Venezuela.

Imaginemos que todo este caldo de cultivo se cataliza en torno a unas elecciones. La opción centrista ya no convence a nadie. Solo quedan la izquierda y la derecha: la campaña es de absoluto desprecio al contrario. En lugar de un solo Donald Trump, imaginemos cientos de ellos en cada lista electoral.

Entonces, los resultados. Aquí hay dos posibilidades: gana la izquierda con un programa transformador, o la derecha con uno totalmente regresivo.

En el primer caso, las fuerzas paramilitares y los núcleos infiltrados en el ejército y la policía activan su plan de contingencia. Al día siguiente, los principales ministerios, las sedes de medios de comunicación, los aeropuertos, los peajes, las estaciones de tren y los ayuntamientos amanecen ocupados por las tropas. Se establece la ley marcial y se suspenden las garantías constitucionales.

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Pero hay sectores leales al gobierno y con apoyo de sindicatos y otros movimientos, sobre todo en las grandes ciudades, que se resisten.

En el segundo caso, la derecha empieza a desplegar un programa que persigue a sus principales enemigos. Las universidades públicas quedan purgadas de académicos contrarios, se ilegalizan los sindicatos, partidos y medios “promotores del terrorismo”, se recortan las leyes de derechos de libertad de expresión, asociación y derechos LGBT+ y de las mujeres.

Mientras la diezmada izquierda institucional intenta combatir en el parlamento, los movimientos sociales se preparan para la confrontación. Algunos pasan a la clandestinidad y forman guerrillas.

Fase 4: Las brutales consecuencias de una guerra civil contemporánea

A los amantes del Risk y los juegos de estrategia les inspirará esta fase: no debería, ¡estamos hablando de un conflicto civil!

Dependiendo de la lealtad de las fuerzas armadas, un gobierno de izquierdas podría resistir el golpe y combatir, como sucedió en la Guerra Civil. Así, se crearía un frente definido y estaríamos hablando de una guerra más convencional. Más convencional, y con mayor número de bajas, claro. En la Guerra de Siria han muerto ya 400000 personas. En Yemen, entre 50000 y 100000. La escala de la tragedia sería terrible.

Sin embargo, si el escenario se parece más al Chile del 73, una guerra civil contemporánea en suelo europeo sería muy diferente. Para empezar, las tácticas guevaristas de guerrilla serían ineficaces ante las modernas tecnologías GPS, misiles dirigidos por calor y bombas racimo.

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"Es muy probable una intervención internacional. La posición estratégica de la península sería muy difícil de ignorar y un país en conflicto abierto es muy peligroso para sus vecinos"

Más que irse a la jungla, la izquierda movilizada trataría de resistir en las ciudades. Esto es porque el ejército lo tendría más difícil para atacar sin alienar a los civiles. Las redes solidarias desarrolladas antes de la clandestinidad servirían a los militantes para esconderse. Las acciones estarían dirigidas a minar la moral del ejército, al estilo de una guerra anticolonial, como la que retrataba Pontecorvo en La Batalla de Argelia.

En este escenario, habría un número de muertos relativamente bajo, dado que sería un conflicto entre fuerzas de seguridad de uno y otro bando.

Aun así, en ambos casos, es muy probable una intervención internacional. La posición estratégica de la península sería muy difícil de ignorar y un país en conflicto abierto es muy peligroso para sus vecinos.

La cuestión sería si esas fuerzas buscarían el fin del conflicto (al estilo de las intervenciones de los años 90, como en Yugoslavia o Somalia) o si tratarían de apoyar a un bando u otro para beneficiarse del resultado (como en Ucrania o Siria hoy). Dado que vivimos en un mundo mucho más dividido, sería sensato (¡y terrible!) considerar la segunda opción como más probable.

Llegados al punto de las intervenciones exteriores de la OTAN u otras fuerzas, cuyo balance es considerablemente negativo en cuanto a muertes se refiere; un conflicto civil contemporáneo en España sería una hecatombe humana.

Conclusión: Pensar lo impensable

Los estrategas nucleares de la Guerra Fría que diseñaron los sistemas de Destrucción Mutua Asegurada (MAD, con las siglas en inglés) hablaban de “pensar lo impensable”. Hombres como Albert Wohlstetter de la célebre Corporación RAND se consideraron valientes por imaginar de forma plausible una guerra nuclear, puesto que eso les permitiría evitarla en un futuro.

Por evitar pensar en un futuro terrible no significa que podamos evitarlo, esa es la lógica inversa. No hace falta ser un locutor de radio paranoide para entender que en la sociedad existen bases que, llevadas a un extremo (muy extremo) podrían conducir al país al borde de la destrucción mutua asegurada.

La clave de este relato de política ficción es entender qué semillas hay plantadas en esta sociedad para provocar ese futuro conflicto.

"Por evitar pensar en un futuro terrible no significa que podamos evitarlo, esa es la lógica inversa"

A través de la historia, ha habido momentos en que escritores de ficción han querido aleccionar a las clases dominantes. Charles Dickens, por ejemplo, no era ningún revolucionario. Pero con su Historia de Dos Ciudades quería enseñar a la clase dominante británica que, de no acabar con la terrible desigualdad, podrían acabar guillotinados como en la Francia revolucionaria.

Sería deseable que este tipo de lecciones las enseñasen también en Davos y los foros del G20, aunque es una cosa casi menos probable que un nuevo conflicto civil en España.

Sigue a Roy en @WilliamRLark.

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