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La última entrevista con los líderes de la guerrilla peruana Sendero Luminoso

El testimonio del periodista que habló con Alipio, el líder militar del grupo rebelde quien fue recientemente asesinado.

Una unidad de Sendero Luminoso lista para salir a patrullar

El pasado mes de agosto, todos los titulares de los periódicos de Perú fueron dedicados al tremendo golpe que había asestado el gobierno a lo que quedaba de Sendero Luminoso, el brutal grupo guerrillero de corte maoísta que había pasado los últimos 20 años en la selva masacrando campesinos y contrabandeando con cocaína. Los titulares anunciaban al mundo que el camarada Alipio, el líder militar del grupo, había sido asesinado.

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La muerte de Alipio fue tan estrafalaria como dramática. Un traficante de cocaína vinculado a Sendero Luminoso, pero que se había pasado a informador de la policía, engatusó a una columna armada de rebeldes para que acudieran a un chamizo de su propiedad. La mayoría de los combatientes se quedó afuera, protegiendo la casucha mientras el camarada Alipio y otros dos peces mandamases de Sendero Luminoso, los camaradas Gabriel y Alfonso, entraban en lo que se suponía que era un lugar seguro, esperando encontrarse con unas cuantas damas con las que pasar la noche, todo ello organizado por el traficante.

Lo crucial del asunto era que, sin saberlo Alipio y compañía, el ejército había colocado en la casa explosivos NAFO. En cuanto los tres rebeldes se pusieron cómodos, la barraca saltó por los aires. Los cuerpos calcinados se tuvieron que identificar mediante pruebas de ADN.

Mi teléfono no dejó de sonar cuando se supo la noticia: yo tenía el dudoso privilegio de haber sido el único periodista que se había reunido con el camarada Alipio, y los medios de comunicación locales estaban desesperados por conseguir un fragmento de la entrevista.

Tiempo atrás, en septiembre de 2010, recibí una llamada de parte de la cúpula de Sendero Luminoso; su líder estaba dispuesto a reunirse conmigo si viajaba, sin compañía, al VRAEM, acrónimo del valle peruano de Apurímac y los ríos Ene y Mantaro. Es una región selvática que acostumbra a ser campo de batalla entre las fuerzas armadas y los capos de la droga. Sendero Luminoso contactó conmigo después de que unos meses antes les enviara un mensaje mientras estaba informando desde la zona, siguiendo a unas patrullas de la policía antinarcóticos.

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La propuesta me entusiasmaba, pero también daba miedo. En 1980, Sendero Luminoso tomó las armas jurando no sólo defender a los campesinos, sino también derribar a los gobernantes del país y ceder el mando a un proletariado que durante generaciones había sufrido el yugo de una pequeña élite de descendencia europea. Sin embargo, lo que caracterizó a Sendero Luminoso desde su inicio fue lo sangrientas que eran sus tácticas. En pocos años aniquilaron a miles de peruanos, siendo la mayoría de sus víctimas los mismos campesinos por los que supuestamente habían ido a la guerra.

La respuesta del gobierno no fue menos brutal. Tras 20 años de conflicto, el número de muertos era de casi 70.000. En 1992 el conflicto se dio prácticamente por acabado cuando la policía capturó por fin a Abimael Guzmán, el enajenado, mesiánico líder de Sendero Luminoso. Lo que quedó del movimiento se retiró al corazón del VRAEM, desde donde asomaron poco la cabeza durante unos años.

Uno de los helicópteros derribados en 2010 por unos rejuvenecidos Sendero Luminoso.

Pero, a partir de mediados de los 2000, una versión reinventada del grupo agitó de nuevo las aguas. Hacia 2010, y a pesar del reducido número de soldados (se ha dicho que cuentan con unos 300 miembros en total), habían conseguido acabar con docenas de soldados y policías, e incluso derribado tres helicópteros de las Fuerzas Aéreas.

El gobierno peruano culpó de su incompetencia en la lucha contra los rebeldes al inhóspito terreno y, muy a menudo, a los lazos del grupo con señores de la cocaína, de quienes de dijo que respaldaban económicamente a Sendero Luminoso. El gobierno habló de "narcoterrorismo", una expresión que los medios generalistas no tardaron en aplicar. El gobierno parecía deseoso de pintar al enemigo contra el que estaban luchando como una fuerza lo bastante grande como para merecer su propia y siniestra metanarrativa: que eran una nueva y despreciable fusión entre comercio e ideología, próximos a las FARC colombianas, antes que unos 300 campesinos que vivían en los campos.

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Esta supuesta implicación en el comercio de droga provocó que Estados Unidos se metiera en el conflicto; en 2009, el líder de Sendero Luminoso, el camarada José (de nombre real, Víctor Quispe Palomino) fue añadido a la lista de capos de la droga de la DEA. El Departamento de Estado norteamericano no perdió comba y ofreció una recompensa de 5 millones de dólares por el líder de Sendero Luminoso. ¿Podían José y sus seguidores ser tan ricos como los narcos mexicanos y colombianos? ¿De verdad estaban tan bien armados como las guerrillas colombianas con dinero de la cocaína, las FARC? Algo no encajaba y decidí averiguar qué era.

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Policías antinarcóticos de patrulla en el VRAEM.

Conduje por unos cuantos accidentados, irregulares caminos del VRAEM hasta llegar al lecho de un río, donde un barquero se acercó para recogerme. Sin decir ni media palabra, me llevó navegando río abajo hasta un pequeño poblado. Allí me recibió un arrugado y jovial cultivador de coca: “¿Así que tú eres el periodista? Ven, sígueme”.

Cuatro horas más tarde llegamos a una barraca, donde me recibieron cuatro hombres con rifles automáticos. Me dijeron que era su invitado y que tenía que dirigirme a ellos como “compañeros”. Iba a pasar la noche en ese refugio mientras ellos esperaban más instrucciones antes de proseguir camino y encontrarme con el líder de Sendero Luminoso.

Fernando Lucena, el camarada Alfonso y el rifle Galill robado.

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A la mañana siguiente, mientras esperábamos que llegaran las órdenes por walkie-talkie, conversé con el camarada Alfonso, un hombre bajito con rostro pacífico que no encajaba con ninguna de mis ideas preconcebidas sobre el aspecto que debía tener un asesino. Le pregunté a Alfonso por su rifle, un Galil israelí. Me contó que se lo había quitado a un soldado al que mataron en una emboscada. Después, con total despreocupación, me pasó el arma para que le echara un vistazo.

Después de caminar un par de horas más –y de ocultarnos entre el follaje cuando pasó un helicóptero de las Fuerzas Aéreas– tomamos una curva y llegamos a un descampado en medio de la selva, donde una columna de unos 40 rebeldes armados estaba esperándome. Una vez logré superar el shock inicial hice un repaso rápido de sus rostros confiando en localizar al camarada José, el hombre de los 5 millones de dólares. José no estaba, pero al final de la columna había alguien a quien reconocí por las fotos de los periódicos: el camarada Raúl, hermano de José. El hombre que tenía a su lado también era obviamente alguien importante, pero no le pude identificar.

La columna armada de Sendero Luminoso.

Me ofrecieron algo de comida. Raúl y el otro tipo de aire importante se sentaron conmigo. Fue entonces cuando tuve claro quién era: el camarada Alipio, líder militar de Sendero Luminoso, el hombre detrás de la mayoría de las acciones a mano armada que el grupo llevó a cabo durante la década previa a su muerte y, en esos tiempos, probablemente el hombre más temido en todo Perú. Descartando una foto suya bastante anticuada que los periódicos aún hoy publican regularmente, no había imágenes de Alipio en circulación. No era extraño que no le hubiera reconocido desde el principio.

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Raúl empezó diciéndome que este encuentro era una oportunidad de conocernos unos a otros, y que ellos me garantizarían una entrevista de cara a un futuro próximo. Lo que siguió fue un exhaustivo debate sobre el marxismo, el maoísmo y varios ismos más. Raúl desplegó unos cuantos argumentos bastante oxidados, reminiscencias de la Guerra Fría. Supongo que resulta difícil mantenerse al día de la política cuando llevas 20 años escondido en una remota jungla.

Después de charlar un rato, Raúl me dijo que durmiera un poco, aunque apenas pude debido a la sinfonía de ruidos selváticos y a una hernia discal en el cuello. Tampoco ayudó la presencia de un adolescente con una pesada metralleta MAG 7.62 que se quedó montando guardia a mi lado.

Los camaradas Raúl y Alipio.

Me sentí encantado cuando, a la mañana siguiente, Raúl me dijo que deberíamos seguir adelante con la entrevista. Me explicó que no tenían vínculos cercanos con los capos de la droga pero que, en las zonas que ellos controlaban, los campesinos tenían permiso para cultivar coca. A pesar de mi escepticismo, pensé que había algo de verdad en lo que había dicho. Después de todo, estaba más que claro que el grupo no nadaba precisamente en riquezas. Me dieron permiso para echar un vistazo a todas las armas que tenían: todas tenían grabadas las inscripciones "Ejército de Perú" o "Policía de Perú”. Este variopinto ejército de hombres cuya estatura media era de poco más de metro y medio había logrado tender emboscadas al ejército y la policía las suficientes veces como para almacenar varias docenas de rifles automáticos.

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Raúl hizo después una admisión de culpa que el grupo nunca antes había concedido: "Nos comportamos como criminales; nos comportamos como terroristas". Culpó a Abimael Guzmán, el encarcelado fundador de Sendero Luminoso, de todos los actos de barbarie que en el pasado infligieron a civiles: “Reclamamos su ejecución [de Abimael Guzmán] por los crímenes que cometió contra la humanidad”, dijo. Pero, a pesar de su desprecio por el psicópata Guzmán y sus horrendos crímenes, se sabe que Raúl y su hermano mayor participaron en varias matanzas de civiles. Le pregunté sobre una especialmente atroz, la que tuvo lugar en la pequeña aldea andina de Lucanamarca, en 1983. “Yo participé, y también el camarada José… si cometimos excesos en Lucanamarca, si aniquilamos a mujeres y niños, fue porque eran las órdenes del partido”.

Sesenta y nueve personas, entre ellas 29 mujeres y niños, fueron masacradas en Lucanamarca, la mayoría a machetazos para ahorrar balas. ¿Cómo podía él justificar un movimiento popular que mataba soldados rutinariamente, la gran mayoría de ellos procedentes de las clases más pobres?

Los niños de Sendero Luminoso.

“Los soldados son nuestros hermanos de clase, pero son estas leyes esclavizadoras las que hacen que estos hijos del pueblo luchen contra el Estado. ¿Por qué no están en el ejército los hijos de los ricos?”. Parecía que Raúl tenía una respuesta para todo.

Es probable que el asunto más polémico de todos los que rodean a Sendero Luminoso sea la presencia de varias docenas de niños pequeños en sus filas. “Raúl”, orgulloso, me había dado una memoria USB con grabaciones de los niños de Sendero Luminoso gritando eslóganes marxistas-maoístas que claramente no entendían. Le pregunté por el origen de estos niños, ya que en algunos informes se afirmaba que habían sido secuestrados.

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“Nadie podrá demostrar nunca que hemos secuestrado a un solo niño. Nuestros niños no participan en los combates, son los hijos e hijas de nuestros combatientes y todos saben leer y escribir”.

De repente nuestra entrevista se cortó cuando un rebelde le susurró algo al oído al camarada Raúl, quien me pidió que apagara la cámara mientras él y Alipio cuchicheaban entre ellos. Yo apagué la cámara y luego la volví a encender. Y fue entonces cuando Raúl me hizo una impactante pregunta: “Acabamos de tener noticias de que un destacamento militar de unos 80 hombres se dirige hacia donde estamos, y has de entender que esto nos provoque una sospecha. Tenemos que preguntarte si todo esto es un complot entre tú y el enemigo”.

Antes de que pudiera responder, Raúl y Alipio empezaron a planear las acciones a emprender. Filas de combatientes armados fueron enviadas en diferentes direcciones. Parecía que Raúl había perdido al instante toda su confianza en mí, así que traté de hablar con Alipio.

“Y pues, camarada Alipio, ¿qué está sucediendo?”

“El enemigo se está moviendo, pero tenemos una unidad esperando para emboscarlos en cualquier momento".

Miembros de Sendero Luminoso de patrulla por la jungla.

Debido a lo que parecía un enfrentamiento inminente, Alipio me dijo que pasara una noche más en el campamento, por mi propia seguridad. Afortunadamente, al día siguiente supe que el destacamento de las fuerzas armadas se había ido en otra dirección y que Sendero Luminoso había cancelado la emboscada.

Justo antes de mi marcha, un tímido e inarticulado camarada Alipio se me acercó. Me dijo con timidez que también él quería decir algo para la cámara. Yo, de inmediato, me puse a grabar. A diferencia de Raúl, Alipio no era bueno con las palabras; sus términos eran bastante simples, rozando lo infantil. Sólo estaba interesado en hablar de una cosa. Él y sus tropas habían atacado recientemente una base del ejército, y como resultado habían muerto tres soldados y un helicóptero había sido derribado. Para indignación de Alipio, él y sus seguidores no habían recibido la cobertura mediática que esperaban después de su hazaña, así que quería un poco de publicidad.

Después de decirnos adiós, fui escoltado por cuatro rebeldes durante toda la larga caminata hasta salir de la zona de emergencia (uno de ellos llevaba un lanzacohetes cargado). Después me entregaron a otro cultivador de coca, con quien caminé toda la noche. Trece horas más tarde me habían mordido más clases de insecto de las que tenía conocimiento, tenía los brazos cubiertos de erupciones por hiedra venenosa, dos dedos de los pies infectados y una hernia discal que me dolía como el infierno, pero estaba por fin fuera de esa selva.

Esto ocurrió a finales de 2010. Cientos de operaciones del ejército después, las fuerzas de la ley y el orden seguían sin poder capturar a un solo miembro de Sendero Luminoso hasta que, en agosto de 2013, Alipio, Gabriel y Alfonso (el que me tendió su rifle) fueron a esa cabaña y volaron en pedazos. Aquel fue el final de Alipio: un guerrero endurecido, un asesino y un tipo intelectualmente deficiente cuyas fuerzas tuvieron en jaque a unas fuerzas armadas peruanas con respaldo estadounidense durante más de una década.

@FL_films

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